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Este juicio general, formado por la lectura de más de treinta comedias de Montalbán, y sin detenernos á confirmarlo más prolijamente, basta, sin duda, para nuestro objeto, no sólo por ser siempre harto desagradable perder el tiempo examinando escritos de poco mérito, sino también porque llamando nuestra atención otros muchos de valor literario incomparable, es justo y sensato que le demos la preferencia debida.

Pero tampoco en este reparo debemos detenernos: la muerte por hartazgo de felicidad es envidiable. ¿Le parece a usted que solemnice las paces con ellos comiendo juntos aquí? Antes con antes. Mañana mismo. Yo empezaría con unos preliminares esta misma noche. No, señor: esta noche, y aun esta tarde, las necesito yo para negociar con Nieves y ponernos de cabal acuerdo los dos.

¿Ya se van ustedes? dijo el clérigo, que no veía la hora de que se marcharan, porque desde la cocina llegaban á sus narices los olores de la olla de carnero que le estaban preparando. Mi señor don Silvestre dijo Paz, no podemos detenernos, porque ahora no somos libres. Nos hemos echado encima una carga muy pesada: la tutela y educación de una joven que nos dará muchos disgustos. ¿Qué es eso?

Debemos mencionar ahora algunos poetas dramáticos, que ocupan un lugar inferior entre los españoles consagrados al teatro, y en los cuales no hemos de detenernos sino lo suficiente para dar una idea completa de esta materia. Rodrigo de Herrera fué nombrado ya por Cervantes, en su Viaje al Parnaso, y alabado irónicamente, comparándolo con Homero.