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Sus vidas volverían á ser como antes, con la regularidad de las leyes naturales, que parecen desviarse un momento, pero tornan al fin á su ordenado curso. Más necesitada y más vieja en esta vida de apuros económicos, ella no podía imitar la calma con que aceptaba Lubimoff su momentánea ruina.

Las piedras eran bastante grandes, pero, por fortuna, poco resistentes, y las ruedas de la máquina las redujeron a polvo sin desviarse un punto. En ocasión distinta, algunos años más tarde, la fría insania de aquel ser se había manifestado en otra forma, contra mismo.

Entre los muchos millones de hombres que habitan en las orillas de los grandes ríos de la Europa occidental, sólo algunos millares, en sus paseos ó viajes, se dignan desviarse un poco de su camino para ir á contemplar las fuentes principales del río que riega sus ricas tierras de la vega donde nacieron, pone en movimiento sus fábricas y mantiene á flote las embarcaciones.

Iba delante, y el señorito le pisaba casi los talones. Los mozos portadores del equipaje se habían adelantado mucho, deseosos de llegar cuanto antes a Cebre y echar un traguete en la taberna. Para oír el susurro que produjeron las hojas y la maleza al desviarse y abrir paso a un cuerpo, necesitábanse realmente sentidos de cazador.

Si uno quiere desviarse un tanto del anglicismo insípido y de la vulgaridad con pretensiones de positivismo, en fin, de las tontas alegrías tan tristes, que vaya á posarse sobre las rocas de la bahía de Douarnenez, en el promontorio de Penmark; ó, si la brisa sopla con demasiada violencia, que se embarque en las islas bajas del Morbihan: el mar arrastra hacia ellas una tibia onda que ni siquiera se siente.

No tuvo lugar de responder el vaquero, ni don Quijote le tuvo de desviarse, aunque quisiera; y así, el tropel de los toros bravos y el de los mansos cabestros, con la multitud de los vaqueros y otras gentes que a encerrar los llevaban a un lugar donde otro día habían de correrse, pasaron sobre don Quijote, y sobre Sancho, Rocinante y el rucio, dando con todos ellos en tierra, echándole a rodar por el suelo.

El hombre de la tierra y el del cielo caminaban juntos, y cuando el primero empezó insensiblemente a desviarse de la buena senda, el hombre de Dios no le avisó del peligro ni le previno del mal, y Lázaro, obligado a llamar a las cosas por su nombre, vio el peligro en Josefina y el mal en el amor. ! La dulzura y la bondad un peligro; el amor un mal! ¿Por qué?