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No es hastío: yo no estoy ni fatigada ni hastiada. No es desilusión: las ilusiones, si alguna vez las he tenido, jamás me han contentado con su falacia y antes he celebrado que deplorado el perderlas.

El empresario recibió muchas obras, donde se adjudicaban a la nueva artista papeles que requerían poquísima ropa, con lo cual la pobre muchacha se persuadió de que no eran su voz y su talento los que la iban sacando a flote, sino su belleza. Esta fue su primera desilusión.

Pero nunca temí una desilusión; antes de venir, sabía lo que iba a ver: la señorita María Teresa no puede sembrar sino belleza a su alrededor. Hubo un murmullo de aprobación.

Pero nada ha ocurrido, y he sentido una gran desilusión, te lo confieso, querida mamá. Entonces, reflexiona bien, hija mía. De la elección que hacemos, depende la felicidad de nuestra vida. En una circunstancia tan grave, no te dejes influenciar por ninguna consideración fútil.

Una aprensión, quizás una añoranza, algo sólo apreciable en los efectos, comenzaba a interponerse entre nosotros como síntoma primero de desilusión. Nada en concreto, sólo un conjunto de discordancias, de desigualdades, de diferencias, que la transfiguraban de cierta manera, y le prestaban el singular encanto de las cosas que el tiempo o la razón nos disputan y que se van.

Ella no hablaba del destino reservado a su amor. ¿Guardaba eso silencio porque más le urgía apaciguar al rebelde que asegurar su propia felicidad? O por el contrario, ¿volvía su atención a la desilusión moral para distraerla de una visión más, pavorosa, de un desengaño que le habría sido mucho más funesto?

Y sobre esto último pensó mucho Cristeta, porque el teatro y el arte que ella se había fingido leyendo dramas y comedias en la trastienda del estanco o apoyada de codos en el mostrador, no eran el arte y el teatro que la realidad le presentaba. Soñó con una vida toda poesía y encanto, y tropezó con una existencia llena de vulgaridad y desilusión.

¡Cómo! ¿qué quiere decir eso? preguntó la baronesa roja de cólera. Escúcheme usted, tía. Y Pedro le contó sin omitir punto ni coma la conversación que cierta mañana sorprendiera desde las ventanas de Fabrice, entre la señorita de La Treillade y su institutriz. Si antes no le había contado esto añadió , ha sido porque me costaba trabajo causar a usted semejante desilusión.

Cuando volviese a tierra recobraría el fardo de sus compromisos y antiguos afectos. Esta juventud de carne primaveral y firme como la pulpa verde, y con un perfume semejante al de los jardines después del rocío, era un regalo de la buena suerte para compensarlo de su desilusión de aquella tarde. ¡A vivir!...

Pero, en medio de mi desilusión, sentía una profunda compasión por ese gigante, que, sin más fuerzas que un niño, buscaba amparo en . Me juré que su confianza en no sería vana. ¿Y por qué has guardado silencio? insistí.