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Uno de aquellos barbianes se divertía en tirar aceitunas a Concha la Carbonera, que, lastimada en la cara, profería insultos atroces, entreverados de blasfemias. No me tirarás una monea de sinco duros, grandísimo arrastrao, dao pol tal. ¿A que ? Párala en la boca. Y le arroja con tal ímpetu una moneda que si no baja la cabeza la descalabra.

¿Qué pareja ni pareja? dijo Guillermina incomodadísima . ¡Mauricia!... ¡cómo se entiende! Pero no había tenido tiempo de decirlo cuando una peladilla de arroyo le rozó la cara. Si le da de lleno la descalabra. «¡Jesús!... Pero no, no es nada». Y llevándose la mano a la parte dolorida, clamó: «Infame, a , a me has tirado!».

Seguía este carruaje un escuadrón volante de locos, a pie, y a caballo, y en coches, con diferentes temas, que habían perdido el juicio de varios sucesos de la Fortuna por mar y por tierra, unos riéndose, otros llorando, otros cantando, otros callando, y todos renegando della ; y no tomaba de otros parecer, diligencia para no acertar nada, desapareciendo toda esta máquina confusa una polvareda espantosa, en cuyo temeroso piélago se anegó toda esta confusión, llegando el día, que fué mucho que no se perdiera el sol con la grande polvareda, como don Beltrán de los planetas, subiéndose los dos camaradas la cuesta arriba a la recién bautizada ciudad de Carmona , atalaya del Andalucía, de cielo tan sereno , que nunca le tuvo, y adonde no han conocido al catarro si no es para serville ; y tomando refresco de unos conejos y unos pollos en un mesón que se llama de los Caballeros, pasaron a Sevilla, cuya giralda y torre tan celebrada se descubre desde la venta de Peromingo el Alto, tan hija de vecino de los aires, que parece que se descalabra en las estrellas.