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Actualizado: 17 de julio de 2025
El propagandista más incansable de su gloria era don José, un señor que hacía oficios de apoderado y le llamaba siempre «su matador». Intervenía en todos los actos de Gallardo, no reconociendo mayores derechos ni aun a la misma familia. Vivía de sus rentas, sin otra ocupación que hablar de toros y toreros.
Apenas entrado en posesión de sus bienes, el conde creyó que nada podría hacer más agradable a la memoria de su infortunada hija que dedicar al fruto de su unión toda la ternura que antes había tenido para ella y consagrar sus derechos de heredera por una adopción solemne.
En cuanto a mis reclamaciones, pasado mañana las presento fundadas en los datos que aquel me dé, legalizadas en debida forma; y como será una cosa clara y de justicia innegable pues sólo en este caso haré valer mis derechos, al tercer día se juzga el caso y soy dueño de lo mío.
Rosas ha probado se decía por toda la América, y aun se dice hoy que la Europa es demasiado débil para conquistar un Estado americano que quiere sostener sus derechos.
Y el otro, ¿qué dijo? El otro, el otro... el otro habla despacio, pero echa unos términos, que a veces cuesta caro entenderlo.... Predicó mucho de nuestros derechos y del trabajo, y de lo que representa esta Unión del Norte... y de que las clases trabajadoras, si se unen, pueden con las demás.... Habían de venir allí arrastrados de las orejas los que piensan que los republicanos dicen cosas malas.
12 Y será que, por haber oído estos derechos, y haberlos guardado y puesto por obra, el SE
Con el tiempo los Abades adquirieron el rango de príncipes soberanos, y desde entónces, haciéndose ambiciosos, batalladores y altivos, vivieron en lucha constante con los pueblos deseosos de asegurar su libertad y sus derechos.
Ni por un instante pensó en luchar ni en invocar los derechos de su ternura. Aun a falta de su orgullo, su profundo agradecimiento por la joven que le abría tan ingenuamente el corazón hubiera bastado para evitarle todo desfallecimiento.
Al fin resonó el himno nacional de los Ingleses, esa invocacion cotidiana que hace un pueblo á su reina, representante de su gloria, sus derechos y sus tradiciones, en todos los mares y en todos los rincones del globo.
Así marchamos hasta las nueve de la noche; las mulas, trabajando en la oscuridad, comenzaban a fatigarse, y el riesgo de una caída se hacía por momentos más inminente. Debíamos haber subido algunos centenares de pies porque el frío comenzaba a hacerse sentir, así como el hambre, que no olvida jamás sus derechos.
Palabra del Dia
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