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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Lo que decimos a veces espontáneamente, como última novedad de nuestro pensamiento, es una idea de los otros enquistada en nuestro cerebro desde el nacimiento, y que de pronto rompe su envoltura. Los gustos, los caprichos, las virtudes, los defectos, las afinidades y las repulsiones, todo heredado, todo obra de los desaparecidos, que se sobreviven en nosotros.
Los primeros creían vulnerados sus derechos por la competencia de los señoritos; tanto más, cuanto que ésta era para ellos desastrosa, por los repetidos ejemplos de uniones desiguales que se efectuaban en la villa. Ya hemos dicho, y si no, lo decimos ahora, que los indianos se quedaban con el contingente de señoritas más o menos amojamadas, más o menos pobres que existían en la población.
Al indio no se le conoce, dicen unos; es imposible definir ni calificar, replican otros: jamás podréis formar juicio sobre ellos, añaden los más. ¿Por qué? decimos nosotros. ¿Le habéis estudiado, ó solo le habéis visto? Si solo lo veis, ¿como queréis conocerle?
7 porque no hay otro, sino que hay algunos que os inquietan, y quieren pervertir el Evangelio del Cristo. 9 Como antes hemos dicho, también ahora lo decimos otra vez: Si alguno os anunciare otro Evangelio del que habéis recibido, sea anatema. 11 Mas os hago saber, hermanos, que el Evangelio que ha sido anunciado por mí, no es según hombre;
En hablando a uno media vez, sabemos su casa, y siempre a hora de mascar que se sepa que está en la mesa decimos que nos llevan sus amores, porque tal entendimiento no le hay en el mundo.
Si no desagrada á vuestra merced, señor Bartolomé, ese cuadro puede quedar ahí, porque, ó la vista nos engaña, ó casi decimos á vuestra merced que vuestra vírgen hace al convento. No quedará ahí, con permiso de vuestras reverencias, contestó el pintor.
Así que vemos a una mujer casada corriendo una aventura, lo primero que decimos es: «Esa mujer no está conforme con su marido», si es que no aseguramos: «Esa mujer aborrece a su marido». Si meditásemos con calma y observásemos con cuidado comprenderíamos que es injusta la sospecha.
En los establos de aquellas pacíficas bestias daban albergue a Pulido los honrados lecheros, gente buena y humilde. Una hermana de la burrera vendía décimos por las calles, y un tío del burrero, que tuvo el mismo negocio en la misma calle y casa, años atrás, se había sacado el gordo, retirándose a su pueblo, donde compró tierras.
La verdad, lector mio, Napoleon no es santo de mi devocion, como decimos por nuestras tierras.
Hoy tengo otras cosas que hacer para que mi juego resulte completo... En cuanto vuelvan los compañeros nos decimos adiós. Vosotros seguís viaje con la vaquillona, yo me vuelvo á mi rancho, y hasta mañana si Dios quiere.
Palabra del Dia
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