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Al llegar á la puerta de su aposento, el corchete adelantó y le asió por un brazo. Pero señor dijo Montiño , ¿creíais que me iba á escapar? No; no, señor dijo el alguacil , pero podríais olvidaros de , entraros, cerrar la puerta y dejarme fuera.

¡Creíais, creíais!... Pues tened cuidado con creer estupideces. El duque recobró el uso de la palabra. ¡Sabéis, hijos míos, que gastáis unas bromas ligeras con vuestros compañeros!... ¡Ponerles la muerte delante de los ojos! ¡La muerte! exclamó el minero que había hablado. No, señor duque dijo el director . Si no echan los taquetes nos hubiéramos bañado hasta la cintura. ¿Nada más?

Conocía tan bien aquel género de tormento, que sin volver la cara exclamó: ¡Valentina! ¡Yo soy! ¿Creíais que os ibais a reir de ? Lo que acabas de hacer es muy feo profirió el joven con acento irritado, mirando a su querida cara a cara. Has dado un escándalo, y me has puesto en ridículo. Yo no tolero eso, ¿lo oyes? ¿Que no lo toleras?

Pienso.. sufrir y callar y no vengarme de nadie... ni aun de vos. ¡De ! ¿y qué culpa tengo yo? Porque lo trajísteis á mi casa... ¿Quién había de pensar?... Vos adivinásteis que me había yo de enamorar de él... y no os engañásteis, porque no os engañáis nunca. Eso no es verdad, porque me he engañado con vos. ¿Me creíais más perdida de lo que estoy?

Díxole el Sirio: ¿Pues no creíais, poco hace, que se estaban enamorando? ¿pensais que enamora nadie sin pensar, y sin hablar palabra, ó á lo ménos sin darse á entender? ¿ó suponeis que es cosa mas fácil hacer un chiquillo que un silogismo? A uno y otro me parecen impenetrables misterios.

Lo que Yégof decía nosotros lo veíamos, Juan Claudio... El loco parecía no fijarse en nosotros y miraba las figuras de la chimenea con la boca abierta; pero, después de un momento, al bajar la cabeza y vernos a todos atentos, comenzó a reír, con risa de loco, gritando: «Y en ese tiempo, vosotros creíais ser los señores del país, ¡oh hombres rubios, de ojos azules y blancas carnes, alimentados de leche y de queso, que no bebíais sangre mas que en otoño, en la época de la caza mayor!; os creíais los dueños del llano y de la montaña, cuando nosotros, los hombres rojos de ojos verdes, que venían del mar...; nosotros, que bebíamos siempre sangre y que sólo amábamos la guerra, llegamos una buena mañana, con nuestras hachas y venablos, remontando la cuenca del Sarre a la sombra de los viejos robles... ¡Ah!