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Actualizado: 15 de julio de 2025


En esto apareció en el ancho soportal, con otro farol en la mano, una especie de fantasma envuelto en un largo ropón, y cubierta la cabeza con una gorra de pieles. Al ver al aparecido los acompañantes de don Simón, corrieron a él; y con el acento del más afectuoso interés, dijeron a una: ¡Señor don Recaredo!...

Los niños corrieron hacia él y le preguntaron todos a la vez si se había hecho daño, si tenía necesidad de algo, si quería agua para lavarse, y, sin dejar de hablar, sacaron sus cuchillos de los bolsillos y le cortaron el cuello sin ruido, sin escándalo, hasta que la cabeza quedó completamente separada del tronco. »Es el cónsul el que ha contado esta historia.

Continuó la embestida y, ya estaban los más delanteros a corta distancia del reducto, cuando la línea terrosa que señalaba las trincheras altas desapareció de pronto tras una nube estrecha y larga, sonando el estruendoso fragor de una descarga formidable. Más de veinte hombres quedaron tendidos en las breñas: los demás, volviendo las espaldas, corrieron precipitadamente a la hondonada.

Su pecado, su ignominia, eran las raíces que la retenían en aquel suelo, que había llegado á convertirse en el hogar permanente y final de Ester. Todos los otros sitios del mundo, aun aquella aldea de Inglaterra donde corrieron su infancia feliz y su juventud inmaculada, se habían convertido en cosas extrañas.

Varios socios del Veloz corrieron al hospital a ver el cadáver, y en la esquina del ministerio de la Guerra viose todo el día un gran cerco de gente contemplando con cierta curiosidad pavorosa el pie de aquella ventana en que parecía vagar aún la sombra siniestra del crimen.

La noticia de su llegada causó sensación profundísima entre la turba de amigos y amigas que invadía el palacio, y todos, hasta los que en el comedor se hallaban, corrieron a su encuentro. Su presencia allí daba al suceso una importancia y un colorido que había muy bien calculado Currita al mandarle buscar con tanta urgencia.

Fuera de la alquería, por la parte de la torre, sonaban tiros. ¡Otro ataque al señor, lo mismo que dos noches antes!... Pepet, al escuchar los últimos disparos, pareció alegrarse. Eran de don Jaime: conocía el estampido de su revólver. Pep había encendido el farol que le servía para salir al campo, su mujer cogió el candil, y todos corrieron cuesta arriba hacia la torre, sin pensar en el peligro.

Hundieron el rabo y corrieron de costado, aullando. Pasó un segundo, y el encuentro se produjo. Míster Jones se detuvo, giró sobre mismo y se desplomó. Los peones, que lo vieron caer, lo llevaron a prisa al rancho, pero fué inútil toda el agua; murió sin volver en .

Miráronse los oyentes unos a, otros, y los monosílabos de aquiescencia y de admiración corrieron de boca en boca, demostrando la prontitud con que aquellas juveniles inteligencias desplegaban sus alas, aún entumecidas y vacilantes, para intentar describir los primeros círculos en el espacio del pensamiento.

En el proceso que se formó que fué muy ruidoso y dilatado, corrieron bien los escudos, por lo cual Ortiz de Zárate pasó, por toda pena, desterrado á Madrid, donde murió algún tiempo después.

Palabra del Dia

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