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Es por eso que, desde que Espartero y Cabrera celebraron el famoso convenio de Vergara, que garantizó su autonomía á los navarros y vascongados, la guerra terminó por sustraccion de materia, y esos pueblos, especialmente los últimos, entraron con gusto en la via del gobierno constitucional y no han vuelto á inspirar temores de revueltas.

Así como la razon recta es la norma de la lengua universal, el arbitrio y uso comun que de ella dimana es el maestro y guia de las lenguas particulares; porque si los de una nacion están voluntariamente convenidos por un uso continuo á significar una cosa con una voz, los de otra nacion lo significan con otra, y en todas esto es arbitrario y hecho por un tácito ú expreso convenio de entenderse entre con determinadas palabras.

Pues no dijo Quevedo , ella es muy capaz de engañar á ese imbécil de don Fernando de Castro, ó lo que es peor, de hacerle consentir en un convenio vergonzoso, como si lo viera; después de una hora de conversación con su marido, volverá para tenerme al lado y no separarse de en una eternidad; si no aprovecho esta coyuntura, largo cautiverio me espera, y don Juan... y mi proyecto... perder por una mujer... ¡ah! ¡no! ¡Quevedo! ¡muy poco valdrás y merecerás todo cuanto te suceda si no logras escaparte!

Las pruebas que yo podría presentar contra usted en el tribunal de Asises, lo harían condenar a trabajos forzados por un término de años, ¿me comprende? Voy, por lo tanto, a hacer un convenio con usted: si me promete no molestar más a su esposa, yo guardaré silencio.

Inglaterra y Francia volvieron a declararse la guerra, y entonces Napoleón exigió nuestra ayuda. Quisimos ser neutrales, pues aquel convenio a nada obligaba en la segunda guerra; pero él con tanta energía solicitó nuestra cooperación, que para aplacarle, tuvo el Rey que convenir en dar a Francia un subsidio de cien millones de reales, lo que equivalía a comprar a peso de oro la neutralidad.

Comprendió que, si me unía al hombre que amaba, mi esposo, a la muerte de mi padre, se preocuparía de asegurar mis derechos como heredera y cuidar de mis intereses, mientras que, siendo la esposa de Hales, yo me aterraría a la sola idea de que se pudiera saber mi mésalliance matrimonial, y, como a su vez lo tenía completamente dominado por este convenio, él obtendría, al fin, el objeto que perseguía: la posesión de toda la fortuna de mi padre.

Don Diego, con arreglo al convenio que hay entre su padre y Don García, debe casarse con Catalina, la primogénita del último; pero en realidad está más enamorado de Lucía, la hermana menor, que también le corresponde por su parte.