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«¿?, pues ahora lo verás». Esto se dijo Pedernero, cuyo amor propio de teólogo contrabandista se picó extraordinariamente.

Pensar esta bobada y clavar Nieves los ojos en el cartapacio que él llevaba entre manos, y hasta preguntarle enseguida con ellos si las traía, fue todo uno. El mozo se halló con aquel tiro tan inesperado, como contrabandista cobarde delante de los carabineros. Sin detenerse apenas a saludar como debía, desató el fardo y entregó el contenido con las manos trémulas, pero resuelto a todo.

Los santos respondió el Aligator , oralmente y en acción, hablan un idioma distinto, que no entienden los que no son santos. Cada hombre que es una cosa de veras, habla un idioma distinto, que no entiende el que no es esa cosa, porque tienen alma distinta. El chalán habla su idioma, el contrabandista el suyo, el suyo también el político, y el artista, y el ferretero, y el soldado y el dentista.

Por lo demás, parecía que prestaba atención todo el corro, que se componía principalmente de leñadores y almadieros, con los cuales el contrabandista estaba en relación diariamente.

La voz del contrabandista tenía un acento extraño; hacía un momento, aunque irritado por no haber intervenido en el combate, parecía más bien triunfante. Juan Claudio le siguió lleno de inquietud, y la sala quedó vacía en un momento, pues todo el mundo se dio cuenta, por la animada expresión de Marcos, que se trataba de un asunto grave.

Don Pablo el viejo reía haciéndole relatar sus fugas por la montaña, unas veces de guerrillero y otras de contrabandista, siempre perseguido por los carabineros. Los hijos del amo jugaban con él, prefiriendo sus marrullerías y chistes de hombre de campo, al gesto hosco de la aya inglesa que cuidaba de ellos.

Que no lo vea nadie cuando entremos». ¿Qué significaban estos tapujos? ¡Introducir un Belén cual si fuera matute! Y como expertísimo contrabandista, hizo Plácido su alijo con admirable limpieza. La señora lo tomó de sus manos, y llevándolo a su alcoba con minuciosas precauciones para que de nadie fuera visto, lo escondió, bien cubierto con un pañuelo, en la tabla superior de su armario de luna.

Así, el coche delante y Martín y Bautista detrás, subieron a Cestona, y al llegar aquí el coche dió una vuelta rápida y poco después echó un fardo al suelo. Es algún contrabandista dijo Martín. Efectivamente, lo era; hablaron con él y el hombre les confesó que había estado dispuesto a dispararles al ver que le perseguían.