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La gran portada morisca del Perdon, cuajada de arabescos y situada bajo la torre de construccion española, da entrada á un espléndido patio claustrado, que pueblan centenares de antiquísimos y corpulentos naranjos. Mide ese patio 100 metros de longitud y 65 de latitud, y en sus claustros ó galerías abundan los relieves y otras curiosidades artísticas.

Lo que infundía pavor y asco era nuestra impía ferocidad, era nuestra desventurada época, era aquella escena repugnante, era aquel sacrílego recreo, era la risa imbécil ó el estúpido comentario de tal ó cual señorita ó mancebo, que escogía semejante ocasión para aventurar un conato de chiste..... De mi visita á las ruinas de los claustros de Yuste guardo recuerdos indelebles.

Según posterior manifestación de Catalina, empleando los ordinarios modismos de actualidad que habían penetrado hasta los virginales claustros del Instituto Crammer, aquél desde luego la embistió.

El desastre de los claustros demolidos y la energía de una vegetación libre y salvaje, me habían producido sensaciones de grandeza distintas.

Era un monumento casi en ruinas, un convento de melodrama, lúgubre y misterioso, en cuyos claustros acampaban vagabundos y mendigos. Para entrar en él era preciso atravesar el cementerio de los frailes, con sus fosas removidas por las raíces de las plantas silvestres, que sacaban los huesos a flor de tierra.

A semejanza de la Edad Media, en que el Dios de las batallas con el ruido de sus armas adormecía la inteligencia; cual aquella época del arnés y de la lanza, se ocultaba en lo más recóndito de los cláustros la ciencia en el libro y el experimento en las primitivas máquinas; á imitación de entonces en que el fraile mantenía vivo el estudio y el saber, así en el día el cláustro en el Oriente cual templo de vestales, alienta la vívida luz de los humanos adelantos.

Tambien en la trabajada España suena de un confín á otro la tremenda voz esterminadora: ¡las tropas del altivo Muhammed entran con espada en mano en el suntuoso monasterio de Cardeña, y al salir de él dejan en sus pavimentos doscientos cadáveres de mártires!... ¿Qué repentino rumor sube á la montaña desde la llanura, turbando la paz de los santos claustros confusos gritos de destruccion y muerte?

Los claustros estaban adornados con antiguos retratos faltos de valor artístico, pero de cierto interés histórico.

Las plantas trepadoras enroscaban sus verdes ondulaciones en las columnas de los claustros, llegando hasta los arcos de herradura. Los mausoleos, las imágenes yacentes, los ángeles de mármol, en medio de las platabandas de tupida vegetación, parecían estatuas de jardín.

Las mujeres de suyo son curiosas, y bastaba que les estuviese vedado entrar en claustros para que todas se desviviesen por pasear conventos. No había, pues, en el siglo pasado limeña que no los hubiese recorrido desde la celda del prior o abadesa hasta la cocina.