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Mi alma, que el duelo despreciarlo sabe, no teme de la sátira las balas. ¡Bajo lluvia de plomo se irgue el ave porque cree en la fuerza de sus alas! ¡Héroe preclaro de la patria mía... resurge del abismo del olvido...! Ya te llama el clarín del nuevo día, pregonando tu nombre esclarecido...

Verá también el lector que Clarín, obligado en el asunto a escoger entre dos males, se decide por el mal seglar, que siempre es menos odioso que el mal eclesiástico, pues tratándose de dar la presa a uno de los dos diablos que se la disputan, natural es que sea postergado el que se vistió de sotana para sus audaces tentaciones, ultrajando con su vestimenta el sacro dogma y la dignidad sacerdotal.

Nunca la señora Chermidy había estado tan bella y tan radiante. Su cara parecía un sol; el triunfo relampagueaba en sus ojos; su sillón parecía un trono, y su voz sonaba como un clarín. Se levantó para recibir al duque; sus pies no tocaban sobre la alfombra y su cabeza, soberbia de alegría, parecía ascender hasta el techo. El viejo se detuvo atontado y jadeante al verla de tal modo transfigurada.

Aquí en Francia tienen á Clemente de Chartres y algunos otros artífices de mérito, dedicados á esta misma clase de trabajos. Pero ¿oís? Ya suena otra vez el clarín bélico para recordarnos que vivimos bajo la mano férrea del conquistador y no en las regiones donde impera el arte. Señal es esa también para nosotros, dijo Gualtero al oir el toque de los clarines.

Pero no entraré en el estudio integral del carácter literario de Clarín, como creador de obras tan bellas en distintos órdenes del arte y como infatigable luchador en el terreno crítico. Su obra es grande y rica, y el que esto escribe no acertaría a encerrarla en una clara síntesis, por mucho empeño que en ello pusiera.

Sofía Jansien resumió todas las opiniones con su voz de clarín: Si ha de perder a su hija, más vale que no la haya educado él mismo, pues así se consolará más fácilmente. Si vive, tendrá tiempo para hacer que olvide el pasado y para hacerla feliz... Señoras, no nos enternezcamos por Lacante... Ha amado y esto basta; su misión está cumplida. El gran negocio en esta vida es el amor.

Los gritos de los bravos, El ¡ay! de los esclavos, Y el trueno del cañon; Del plomo los rugidos, Del sable los crugidos, Y el golpe del tambor. Del potro las carreras, Los vivas y los mueras, Y el toque del clarin, Cual trueno tramontano Que asorda todo el llano Retumba en el confin.