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En cuanto «el diablo de Juan», como le llaman, se presenta en alguna parte, se llena la taberna, saltan los tapones y chocan los vasos; y, cuando la fiesta está en todo su apogeo, a través de los cristales hechos añicos salen las botellas a la calle. Pero «el diablo de Juan» paga todo lo que rompe.

Todos los que han vivido la existencia agitadísima de nuestra sociedad, donde los sentimientos se tropiezan, se chocan, se confunden en el corazon, como la gente á la salida de un teatro, encontrarán aquí á cada paso la expresion exacta y concisa de sus propios sentimientos.

Silencio profundo. Todo el café, por dentro y por fuera, aguarda resignado. La orquesta preludia, la multitud grita, las sillas crugen, las mesas se chocan, los mozos corren, los curiosos se arremolinan, todos se sientan, la puerta del fondo se abre, el carácter cómico asoma.... ¡Carcajada general, unánime! ¡Ovacion completa! ¿Qué es eso? me preguntó muy bajo el asombrado brigadier.

Ya no se destrozan una á otra gentes mal armadas, sino centenares de miles de hombres, provistos de los más científicos medios de destrucción los que chocan y se destruyen recíprocamente. Seguramente la humanidad progresa, pero al ver tan espantosos conflictos, hay que dudar algunas veces.

Se hunde un continente y se chocan dos océanos por la más insignificante de esas causas mecánicas que nacen en el centro de la materia; pero nada sucede, nada se mueve en la inerte y ciega máquina del mundo, cuando se altera el grande, el inmenso equilibrio de los corazones. Aquella mañana sintió Lázaro un dolor desconocido.

De uno y otro lado del Istmo hay una selva de mástiles; los buques, apiñados, se estrechan, se chocan; sus tripulaciones venidas de los cuatro ángulos del mundo, se miran con antagonismo en el primer momento, las cuchillas de a bordo relucen con frecuencia y por fin se amalgaman en la baja e inmunda vida colectiva.

La voz indefinible del fabricante de conservas tuvo el honor de unirse al eterno concierto de los mares, como uno de tantos ruidos de olas que chocan o piedras que se arrastran. El viento no quiso encargarse de llevarla a veinte varas de distancia siquiera.

Por cada lado ruedan violentos remolinos en el fondo de los cuales chocan las piedras, produciendo para las edades futuras «ollas de gigante». Por la fuerza del huracán que la empuja, el agua, blanca y chispeante, entra rápida en el canal; sin embargo, poco á poco su marcha se hace lenta y adquiere un tono de azul calizo como el del ópalo; luego, sólo presenta ligeras estrías de espuma, y poco después encuentra su calma y su reflejo azul.

Pero hasta allí lo persiguen el bullicio y la música. En las barracas de tiro chocan las flechas de las ballestas; delante de las rifas suena la voz ronca de los rifadores anunciando la jugada; y los caballitos de madera, que giran con ruido ensordecedor, iluminan la obscuridad con su brillo fugitivo. Y, por entre todo eso, ruedan las sombras de la multitud.

Los violines colaboraban con desafinados instrumentos de metal, uniéndose á esta cencerrada bailable un claxon de automóvil y varios artefactos musicales de reciente invención, que imitaban dos tablones que chocan, un fardo arrastrado por el suelo, una piedra sillar que cae... En un gran óvalo abierto entre las mesas se renovaban incesantemente las parejas de danzarines.