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Actualizado: 12 de junio de 2025


Se echaron los muertos de la última refriega al mar y se descolgó el cadáver de Zaldumbide y el del doctor Cornelius. A éste lo habían puesto una pipa en la boca y tenía el vientre hinchado. Se echaron también los cuerpos del capitán y del doctor a que sirvieran de pasto a los peces. Se cerraron las escotillas y se dieron órdenes para comenzar el arreglo de todo.

Tal vez pasé entre la gente con demasiada violencia. El público debió creer que era alguna farsa mía y acudieron los empleados, y muchos espectadores me cerraron el paso. Intenté hablar y no me dejaron. No quisieron oir mis explicaciones; me creían borracha. Acabé por batirme á puñetazos con los que me empujaban hacia la puerta. Llamaron al mismo agente que está ahora aquí.

Y sin decirse otra palabra, ambos se introdujeron en la morada del capitán, subieron á su gabinete, encendieron un gran velón de dos mecheros, cerraron cuidadosamente la puerta, se sentaron á una mesa cubierta con tapete verde y, poniendo sobre él una baraja, anudaron la partida de brisca que hacía ya más de veinte años tenían comenzada.

Menudencias que la Historia no registrará seguramente. De propósito se empezó tarde la comida, y circulaban aún las dos sopas de hierbas y de puré, cuando los camareros cerraron las maderas de las ventanas y encendieron las bujías de los candelabros y los aparatos de gas.

No se calmó hasta que sintió en la mano dos monedas de plata, sobre las cuales se crisparon sus dedos; y, como si el esfuerzo la hubiese aniquilado, sus párpados se cerraron y su aliento anheloso se suspendió un instante.

Antes de arrodillarse, cerraron las maderas de la ventana, para evitar que la ojeada fulgurante del relámpago les deslumbrase a cada minuto.

Sus ojos se abrieron inmensos; una llama subió á su frente; después se puso pálida como una muerta y sus manos se abrieron y se cerraron en el vacío. Quiso hablar y no pudo más que producir un ruido que lo mismo expresaba alegría que terror.

Ese mismo Almanzor, cuya imaginacion embargaban sin cesar sus espediciones militares, apenas sabia guardar para otra que para los laureles que recogia entre la polvareda del combate: te acariciaba al volver de sus audaces correrías como un cazador á su perro de caza, como un soldado á su corcel de guerra. Córdoba, Córdoba, ¿cómo no se cerraron entonces tus heridas?

Palabra del Dia

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