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En 23 de Junio de 1635 se construyó la fortaleza de Zamboanga, dirigida por el padre jesuita Melchor Vera, quien ya traía los planos extendidos de antemano. D. Sebastián Hurtado de Corcuera sucedió en el Gobierno de las islas á D. Juan Cerezo, que ejercía el cargo interinamente.

Del valle subía olor de heno recién segado, aroma de flores y frutas maduras. De pronto un rayo de sol cayó sobre la punta más alta del cerezo plantado delante de la casa de la tía Basilisa; volteó un momento sobre las hojas y saltó á otra rama más baja dejando tras una estela de esmeralda. Otro salto más y se plantó en la higuera más próxima á la casa del tío Goro.

¿Os acordáis, señor cura? díjele indicándole el cerezo, a que había trepado Pablo. Pensemos en otra cosa, Reinita. ¿Acaso me es dable, señor cura? ¡Si supierais cuánto le quiero! Os aseguro que no tiene defectos. Una vez en este terreno ningún poder humano me hubiera podido detener, tanto más cuanto que en el Pavol me veía obligada a ocultar mis impresiones.

Cómo me latía el corazón mientras lo veía reír con aquella risa fresca, con aquellos blancos dientes y con aquellos ojos francos con los que había soñado tanto en mi espantosa casa vieja. Y mi tía, mi cura, Susana, el jardín húmedo de lluvia, y el cerezo a que se había trepado, desfilaban por mi mente como sombras fugitivas.

Si la tercera mata, dejémosla estar en el platillo y que la coma su abuela. Andando los tiempos vinieron los de ño Cerezo, el aceitunero del Puente, un vejestorio que a los setenta años de edad dió pie para que le sacasen esta ingeniosa y epigramática redondilla: Dicen por ahí que Cerezo tiene encinta a su mujer. Digo que no puede ser, porque no puede ser eso.

Como iba diciendo, en los tiempos de Cerezo era la aceituna inseparable compañera de la copa de aguardiente; y todo buen peruano hacía ascos a la cerveza, que para amarguras bastábanle las propias. Y ¿por qué preguntará alguno llamaban los antiguos las once, al acto de echar después de mediodía, un remiendo al estómago? ¿Por qué? Once las letras son del aguardiente.

El General emprendió su marcha á la ALJAFERIA, y como eran las doce del dia y el sol se desplomaba con fuerza, Cerezo pidió un quitasol en una de las tiendas del Coso, y haciéndole sombra con él, le acompañó hasta el Castillo, y le colocó en uno de los pabellones mas decentes, donde permaneció tratado con la mayor consideracion, y sin sufrir el menor insulto hasta el 14 de junio de 1808.