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Actualizado: 29 de junio de 2025
Allí, lo mismo que en otros parajes de la Península, miles de humanos seres, olvidados de las agitaciones y mezquinos intereses de esta vida, estaban como nosotros en expectación del fenómeno celeste; unos llevados de amor á la ciencia, otros de culto á lo maravilloso, quienes del miedo, quienes de mera curiosidad.
Para mostrarnos la celeste ruta y el alma imperio de la paz Letea atrás dejó al león en las alturas, del león las estrellas traspasando, del león a despecho, ora nos busca y sus miradas límpidas y dulces son las miradas que el amor anuncian.»
No tiene a mano sino un traje de baile y un peinador de muselina, babuchas con tacón y zapatos de baile de raso celeste. ¿Qué hacer? Despertar a su camarera, nunca se atrevería... y además el tiempo urge... ¡las cinco menos cuarto! El regimiento sale a las cinco.
Porque la Musa de la Noche enciende en nuestros epitalamios el lampadario inmortal de la Belleza. Y la pobre carne se transfigura cuando ella trae en la mano el lirio del más allá, el lirio del Misterio y de la Poesía, como una celeste Anunciación para el espíritu, hundido en la carroña igual que en un abismo. Un viejo café galante
Caminaban luego las dos filas de hombres con velas ardiendo, y por último venía una bella efigie de la Virgen, que estaba sobre los cuernos de la luna, la cual luna era de plata, lo mismo que la corona que llevaba la Santísima Celestial Señora. Era su manto de raso azul celeste, todo él bordado también de plata, y que había costado un dineral.
Me acuerdo que cuando usted llegó traía una gabardina de color de ala de mosca muy bien hecha y chalina azul celeste muy linda... Reconozco que le sienta a usted bien el traje de paisano, pero a mí me gusta usted más de uniforme. Será un capricho, pero no lo puedo remediar. ¡Vamos, que de uniforme y con esos bigotes a la borgoñona está usted del todo simpático!
El vestido es azul celeste con alamares negros y relucientes botones de oro.
He cambiado las llaves del cariño por las llaves del cofre del dolor, y voy, o como un viejo o como un niño, muerto para las glorias del amor. Quede en tus manos, pues, la mariposa, quede en tus manos la divina rosa, el agua mansa y la celeste luz, y déjame en limosna la tristeza, las espinas que ciñen mi cabeza, y, más que todo, mi sangrienta cruz.
Y esta mujer, amigo, le penetraba a uno... amigo, le enloquecía... verdaderamente le condenaba el alma con su maldita fascinación. Un día le dije: Celeste, ¿cómo demonio se te hizo esa maldita cicatriz? A lo que me contestó: Roberto, a ningún blanco más que a usted lo contaría; esta cicatriz me la hice yo con toda intención, me la hice yo misma, a fe.
En el brazo izquierdo llevaba ella un enorme pañolón de seda roja, cubierto de lindas flores prolijamente bordadas en el Imperio Celeste; y, según es uso en Lisboa, lo extendió como colgadura sobre el antepecho del palco.
Palabra del Dia
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