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Actualizado: 8 de junio de 2025


No entendamos ahora por genio la extensa y mera invención de sucesos y circunstancias extraordinarias, sino, en su acepción poética más elevada, la fecundidad de la fantasía en crear asuntos reales, que la obedecen, y constituyen un solo cuerpo con la idea fundamental de la composición; la capacidad de deducir diversos sucesos y situaciones, mudanzas y catástrofes, del desarrollo de los caracteres y de sus choques, y de las relaciones, que surgen entre los personajes que toman parte en la acción, y los acontecimientos exteriores.

La torre de Lóndres, célebre por las catástrofes de que ha sido templo, solo á traves del prisma histórico de los recuerdos, ofrece interes.

Esa manía enteramente británica se va generalizando mucho, por desgracia, entre los hijos de Albion, sin que sean bastante á reprimirla ni el ridículo que acompaña á los que ostentan ese salvaje y estéril heroismo, sin coronarlo de buen éxito, ni las terribles catástrofes que han ocurrido con frecuencia en las soledades y los abismos del Monte-Blanco.

Gran número de sus obras son comedias religiosas llenas de apariciones sobrenaturales. Lo ficticio de ellas se nos presenta siempre en primer término, y las catástrofes y peripecias de la acción no son motivadas por causas internas, hijas de los caracteres y de las diversas relaciones de los personajes.

Después de tantas catástrofes, muerta la madre á fuerza de dormir, Valentín asesinado, y deshonrada ella públicamente por las cancioncillas del diablo-músico lacayo de su amigo y por el discurso moral de su hermano moribundo, poco tiene que perder y nada tiene que ocultar Margarita. No se comprende, pues, la determinación que toma de matar á su hijo, arrojándole al agua.

Este grupo de los derrochadores arrastraría a la humanidad a grandes catástrofes, si no lo contrapesara el grupo de los avaros, creados por las leyes del equilibrio.

Mientras la humanidad, enardecida por el soplo carnal del Renacimiento, admiraba a Apolo y rendía adoración a las Venus descubiertas por el arado entre los escombros de las catástrofes medioevales, el tipo de suprema belleza para la monarquía española era el ajusticiado de Judea, el Cristo polvoriento y negruzco de las viejas catedrales, con la boca lívida, el tronco contraído y esquelético, los pies huesosos y derramando sangre, mucha sangre, el líquido amado por las religiones cuando apunta la duda, cuando la fe flaquea y, para imponer el dogma, se echa mano a la espada.

Escribanos de Andalucía abandonaban sus protocolos para transformarse en descubridores; mercaderes amagados de ruina huían de la lonja para comprar un barco con el resto de su fortuna y lanzarse a lo desconocido. ¡Qué de catástrofes ignoradas en esta lucha con el misterio geográfico, sin más guías que la fe y la santa ignorancia! ¡Qué de buques descendidos a las simas oceánicas cuando regresaban con noticias de tierras nuevas que había que volver a descubrir años después!...

Nacidos y criados en los días azarosos de la guerra civil, testigos de horribles catástrofes, de tremendas injusticias y de sangrientos combates, nos repugnaban aquellos horrores, tan opuestos a la nobleza y a la generosidad juveniles.

El alcaide de palacio, el guarda mayor y el mayordomo mayor del rey, se habían presentado en los lugares de estas dos catástrofes. A nadie se le ocurrió que entre la muerte del paje y la desaparición de la familia y el robo del cocinero mayor, podía haber una relación íntima.

Palabra del Dia

lanterna

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