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Actualizado: 16 de junio de 2025
Viéronse crucifijos remontando los ríos contra su corriente; vírgenes que inmovilizaban la carreta que las conducía para manifestar su voluntad de no pasar adelante y que allí mismo las erigiesen un templo; imágenes que, ocultas en el suelo, se anunciaban con músicas y luces misteriosas. Todos los prodigios divinos de la metrópoli se repitieron en las Indias, como la copia repite el original.
El alcalde, sin embargo, ordenó al magullado maestro que completase su obra, en vista de que el letrero no decía todavía más que consti; el pobre maestro tuvo que apechugar con la tarea; pero esta vez no quiso escalera de mano y fue preciso traer una carreta y poner encima una mesa, y atarla con cuerdas.
A veces, alguna viguita sin dueño... ¡Vendo por vigas!... Tres vigas aserradas. Yo mando carreta. ¿Conviene? Candiyú se reía. No tengo ahora. Y esa... maquinaria, tiene mucha delicadeza? No; botón acá, y botón acá... yo enseño. ¿Cuándo tiene madera? Alguna creciente... Ahora debe venir una. ¿Y qué palo querés usted? Palo rosa. ¿Conviene?
Unos amigos del muerto cogieron el cadáver, llevándolo hasta una carreta para conducirlo al pueblo.
Cuando se acercó el carro al árbol fatal, observamos que contenía una tosca caja oblonga, hecha al parecer de tablas de sluice medio rellena de cortezas y ramillas de pino. Formaban parte de la ornamentación de la carreta recortes de sauce y unas cuantas docenas de flores de mucho olor.
La diferencia está en que el Maestro Cencias componía un husillo de lagar, arreglaba las ruedas de una carreta o hacía un arado, y esta nuera suya hace dulces, arropes y otras golosinas. El suegro ejercía las artes de utilidad: la nuera las del deleite, aunque deleite inocente o lícito al menos. Antoñona, que así se llama, tiene o se toma la mayor confianza con todo el señorío.
Tan pronto envidia á las bohemias cargadas de hijos, que arrastran por las calles una miserable carreta, y cuecen su comida al abrigo de los cercados, como á las hermanas de la caridad, como á las cantineras, cuyas heroicidades ambiciona.
Si se descuida se le lanza de vez en cuando un par de miradas terribles, como diciendo al público: ¡Ven ustedes qué hombre! Esto es; de modo que el apuntador vaya tirando del papel como de una carreta, y sacándole a usted la relación del cuerpo como una cinta. De esa manera, y hablando él altito, tiene el público, el placer de oír a un mismo tiempo dos ejemplares de un mismo papel.
Era el primer trabajo colectivo que obligaba a reunirse en el mismo sitio numerosos grupos de trabajadores. Estaba yo presente cuando se guadañaban los prados, cuando se hacinaba el heno, y gozaba dejándome llevar sobre alguna carreta que regresaba al poblado.
Palabra del Dia
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