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Actualizado: 29 de junio de 2025


Pero su alma permanecía serena en medio de sus tentativas viciosas: las mismas con quienes pasó ratos agradables le repugnaban después, y como las viera venir por la calle, les huía el bulto.

Aquella misma verdura de los árboles, tan desnudos en invierno, era bien venida en primavera, pero causaba ahora hastío: casi se deseaba la rama escueta, que tiene mejor dibujo». Hasta era capaz de hacerse artista de veras don Víctor a fuerza de triste y aburrido. Y Ana volvía contenta de la calle. «Mejor, más valía que alguno lo pasara bien: él no era egoísta».

Tragomer estaba acabando de vestirse para ir á comer al círculo, cuando Marenval, que salía de casa de la señora de Freneuse, llegó á la calle de Rembrandt. El industrial tenía un aire grave y casi solemne. Ha sido usted exacto, dijo Cristián. ¿La voluntad no ha flaqueado desde ayer? ¿Esta usted decidido á marchar adelante? ¡Más que nunca!

Después, gesticulando con recia manotada, echó de las moscas y dijo: Se ha muerto el boticario de la calle de Rodas y el carbonero de la calle de las Velas. En la casa del tío Caro no ha quedado más que el gato. Anoche no había novedad, y esta mañana la casa era un cementerio.

En este cuarto había una gran cama muy bien puesta y tenía dos ventanas, una que daba a la calle y la otra al jardín, el cual iba subiendo en suavísimo declive hacia los bosques. Apenas había tenido tiempo Delaberge de quitarse el polvo del camino y de arreglarse un poco, cuando llamaron discretamente en la puerta de su cuarto y no sin una pequeña emoción contestó Delaberge que se podía entrar.

El año de la Revolución, compró Torquemada una casa de corredor en la calle de San Blas, con vuelta á la de la Leche; finca muy aprovechada, con veinticuatro habitacioncitas, que daban, descontando insolvencias inevitables, reparaciones, contribución, etc., una renta de 1.300 reales al mes, equivalente á un siete ó siete y medio por ciento del capital.

El cielo enviaba una dulce sonrisa protectora a la tierra. La tierra contestaba con frescas carcajadas de júbilo. El alma de Andrés también reía. Quedó inmóvil un instante a la puerta del bendito doctor, deslumbrado, el corazón henchido de emociones, bebiendo y aspirando la luz que le inundaba, gozando como dicha infinita el vaivén y los rumores de la calle.

El pueblo se había puesto en conmoción y muchos vecinos, aunque todavía era noche, salieron a la calle para enterarse. Cuando amaneció las calles se llenaron de gente y todos se convirtieron en agentes de policía para averiguar el paradero del niño secuestrado. El asunto preocupaba sobre todo a las mujeres que no cesaban en sus comentarios.

Con todo esto, diéronme de comer, que estaba transido de hambre, y apenas me pudieron remediar. Y ansí, de poco en poco, a los quince días me levanté y estuve sin peligro, mas no sin hambre, y medio sano. Luego otro día que fuí levantado, el señor mi amo me tomó por la mano y sacóme la puerta fuera y, puesto en la calle, díjome: "Lázaro, de hoy más eres tuyo y no mío.

Se las traduje á mi mujer, que las creyó del caso, las cierro, pongo el sobre respectivo, y á los pocos minutos atravesábamos la calle de Buenavista, con el fin de echarlas al correo. Llegamos á la Plaza de la Bolsa, y las echamos en una estafeta que hay allí.

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