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Actualizado: 1 de mayo de 2025


La cual se vengaba cándidamente de ella llamándola señorita Capricho y poniéndole por temas, en los ejercicios de inglés y francés, algunas máximas y aforismos que le escociesen, verbigracia: "La soberbia es la lepra del alma. La niña soberbia es una leprosa de quien todos deben apartarse con horror" . "Quien no respeta a los mayores nunca llegará a ser respetado", etcétera.

Su inteligencia infantil no podía darse cuenta de que un ser tan hermoso aborreciese a quien no le había hecho ningún daño, y persistió cándidamente en su amor platónico. Mas a la postre no tuvo más remedio que percibir que se le declaraba la guerra, ¡guerra bien injusta por cierto, y bien desigual! Sintió las espinas de aquella rosa espléndida, y quedó confuso y apenado.

Al abrir la carta de Hop-Sing, revoloteó hacia el suelo una tira de papel amarillo, que a primera vista me figuré cándidamente que sería la etiqueta de un paquete de sorpresas chinas, tantas eran las figuras y jeroglíficos que contenía.

El ulterior y bien motivado examen de conciencia que hace D. Antonio recorriendo punto por punto su vida pasada y reconociendo con pena y arrepentimiento cuán inútil y estéril ha sido, le realza y le purifica a nuestros ojos, le pone muy por cima de sus cuatro ochavos, de que antes cándidamente se ufanaba, y le eleva también sobre las personas miserables e interesadas que le rodean: sobre el parásito Pepe Carranza y sobre sus destestables parientes Teodorita y Ricardo, que ansiaban heredarle y que al fin le heredan.

¡Oh! eso es grave, hija mía dijo la tía Liette sonriendo a pesar de su tristeza. ¿Verdad que ? respondió cándidamente la joven miss. Así fue, que cuando el señor de Argicourt fue a acompañarle, los seguí con disimulo y me puse a escuchar... que hice mal, tía Liette... Liette le estrechó la mano, como para animarla.

Juana Teresa Parrado, que tenía veinte y ocho años de edad, después de salir en auto, que se celebró en san Pablo, como dije al principio, en 10 de Diciembre de 1719; á los comienzos del siguiente corrió las calles de la ciudad sufriendo los doscientos azotes impuestos posando luego al destierro, donde quizá continuara su llaneza y familiaridad con el Demonio, pues como cándidamente apunta Matute en sus Anales, la mulatita «se afirmaba que desde niña había tenido pacto con él

La frágil delicadeza de la joven hubiera necesitado una protección más varonil, un brazo más robusto, un apoyo más firme que el de aquel lindo joven un poco enfermizo. ¡Y qué contraste en lo moral, entre aquel gastado, aquel escéptico ávido y lascivo bajo su corrección altanera, y el corazoncito ingenuo, tierno y confiado que se entregaba a él tan cándidamente!

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