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Actualizado: 22 de julio de 2025
Lejos de ser el butiro una novedad, traída por el progreso humano, parece que ya las hijas de los primitivos arios, en las faldas del Parapamiso, ordeñaban las vacas y de su leche sacaban exquisita y fresca manteca, tomando ellas nombre de este mismo oficio o arte en que se empleaban, pues afirman los sabios etimólogos que la palabra hija, en el lenguaje de los vedas, equivale a la que ordeña las vacas y hace la manteca.
Sentados ambos después en blandos cojines, comieron juntos, sobre anchas hojas de plátano, butiro fresco extendido en leves y esponjadas tortas de flor de harina, y miel de azahar a la postre: manjares simbólicos de iniciación en los misterios orientales, para aprender a reprobar lo malo y a elegir lo bueno. En el centro del pandal se levantaba el ara, donde había algunas brasas.
D. Joaquín hizo venir, de Inglaterra, de Holanda y de Suiza, vacas de leche de las mejores castas, y pronto tuvo butiro fresco en abundancia y crema deliciosa. Harto notarán los que lean con atención este relato, que el más marcado rasgo del carácter de Rafaela era su propensión invencible a ser didáctica.
Pero pongamos a un lado estas sabias disquisiciones y contentémonos con declarar que, allá por el tiempo en que ocurría lo que voy contando, era punto menos que imposible proveerse en el Brasil de leche de vacas y butiro fresco para tomar el té, por donde, cuando un egregio personaje quería tomarle en compañía de alguna dama muy querida, enviaba él de antemano a la casa de ella la leche de vacas y la manteca.
Es rareza inexplicable que en toda nuestra península ibérica, y probablemente en sus colonias hasta tiempos novísimos, apenas haya habido nunca vacas de leche ni con la leche de vacas se haya hecho manteca. Tal vez, hará cuatro o cinco siglos, la manteca de vacas se hacía en España y se llamaba butiro.
Supuesto lo que antecede, murmuraban unos y celebraban otros que, avergonzada Rafaela de no tener en su casa ni leche de vacas ni butiro fresco, había inducido a D. Joaquín a fundar una buena casa de vacas en la chácara de Petrópolis, donde había ricos y abundantes pastos: un capim exquisito.
Palabra del Dia
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