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Actualizado: 19 de septiembre de 2025
Muertos sus padres pocos años después, la duquesita, por seguir, la moda y complacer a su marido vendió la casa de sus mayores y edificó en la Castellana un hotel a la francesa, dirigido por un arquitecto de París. Cayó la antigua morada de los Vistillas, destruyose la severa fachada, y casi juntos rodaron por el suelo los fragmentos del escudo roto y las tejas de las buhardillas derruidas.
Lo que produjeron las rejas y los sillares de berroqueña apenas bastó para pagar unas cuantas piedras traídas de Angulema. El nuevo edificio era extranjero, antipático, barroco, en el mal sentido de la palabra, y en vez de buhardillas españolas, tenía una gran montera de pizarra.
Daban los señores a Manuela, en recuerdo de lo bien que se portó su marido, tres reales diarios y casa; es decir, una de aquellas buhardillas que desde la calle se veían descollar por cima del tejado, entre ropas blancas y macetas verdes.
En vano lanzaban bombas, destrozando buhardillas y matando ó hiriendo viejos, mujeres y pequeños. «¡Ah, bandidos!» La muchedumbre amenazaba con el puño al mosquito maligno, apenas visible á dos mil metros de altura, y después de este desahogo lo seguía con los ojos de calle en calle ó se inmovilizaba en las plazas para contemplar sus evoluciones. Un espectador de los más puntuales era Argensola.
La noche estaba hermosísima, y Velarde siguió a pie por las extraviadas calles que llevaban al palacio de Villamelón, tropezando a cada paso con los humildes vecinos de las buhardillas y sotabancos, que tomaban el fresco sentados en las aceras. Presto llegó a la Plaza de Oriente, dio dos vueltas en torno del jardín circular y sentóse al cabo en un banco, frente al palacio.
Un clavo sostenía el sombrero perteneciente á la anterior generación, y un baúl guardaba en sus antros algunas piezas de ropa, en las cuales los remiendos, aunque muchos y diversos, no eran tantos ni tan pintorescos como los agujeros no remendados. »Pero asomémonos á la ventana. Desde ella se ve el tejado de enfrente, con sus buhardillas, sus chimeneas y sus misifuces.
A sus espaldas, dos pequeños departamentos recibían la luz de un patio interior, teniendo como único medio de comunicación la escalera de servicio, que ascendía hasta las buhardillas. Argensola, al quedarse en el estudio durante el viaje de su compañero, había buscado la amistad de estos vecinos de piso. La más grande de las habitaciones se hallaba desocupada durante el día.
Palabra del Dia
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