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Debía ser la difunta Correa, que, apiadada de su inmovilidad, había abandonado la tumba para tomarle el dinero del cinto. Tal vez venía con ella la «Viuda del farolito». Escuchó también cierto ruido de dilatación, semejante al bostezo de un hambre larga y fiera.

Bastaba ver sus ojos fijos en él con un ardor de pasión, dilatándose cual si quisieran absorber su imagen; su boca de frescura insolente y esplendorosa escarlata estremeciéndose con un bostezo amoroso, sintiendo repentinos abrasamientos que hacían salir la lengua de su encierro para pasearse por los labios; sus dientes de devoradora que parecían temblar con el fulgor de un acero pronto a hundirse en la carne... No podía explicarse esta buena fortuna; pero era indiscutible que Nélida, abandonando a su tropa de adoradores, se aproximaba a él, que no había hecho esfuerzo alguno por atraerla.

¡Amén! exclamó la lugareña sin poder contenerse; mientras Obdulia felicitaba a Bermúdez con un apretón de manos, en la sombra. El coro había terminado: los venerables canónigos dejaban cumplido por aquel día su deber de alabar al Señor entre bostezo y bostezo.

Si nota algún cambio, me llama, pero creo que esto no sucederá hasta mañana. Entre tanto yo me muero de sueño. Lanzó un bostezo sonoro y salió. Su lenguaje y su sangre fría ante el moribundo me chocaron.

Tal parece como si cada ventana abierta remedase un bostezo de la ciudad, y cada puerta cerrada el sueño profundo de los 33,000 habitantes de aquella capital-cuartel.

De esta diversa disposición de ánimo nacieron las primeras disputas, leves y cortas aún, de los dos amantes, reyertas que al principio sirvieron de diversión a Baltasar, porque, a veces, hasta la contrariedad distrae. Al menos, mientras duraban, no venía el importuno bostezo a descoyuntar las mandíbulas.