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Actualizado: 1 de octubre de 2025
Asombróse Babuco de la locura de hombres que profesan la sabiduría, de las marañas de los que habian renunciado del mundo, de la ambicion y altiva codicia de los que predicaban humildad y desinteres; y coligió que sobraban razones valederas á Ituriel para destruir toda esta raza.
Presentáronle á un literato anciano que no habia venido á aumentar el número de sus pegotes. Esquivaba este la muchedumbre, conocia á los hombres, sabia servirse de ellos, y se explicaba con cordura. Hablóle Babuco con mucho sentimiento de quanto habia visto y leido.
Este antojo es quien vivifica la industria, y mantiene el fino gusto, la circulacion y la abundancia. A las naciones comarcanas les vendo mucho mas caras que á vos esas mismas frioleras, y de este modo sirvo con provecho al imperio. Paróse Babuco pensativo un, rato, y le borró luego de su libro.
Viven unos con otros, sosegados y en el retiro, los verdaderos sabios, y aun no nos faltan libros y autores que son acreedores á vuestra atencion. Miéntras que estaba hablando, llegó otro literato, y fuéron sus razonamientos tan instructivos y agradables, tan superiores á las preocupaciones, y tan conformes con la virtud, que confesó Babuco que nunca habia oido semejante cosa.
Enternecióse Babuco, y dixo entre sí que si habia cometido algunos yerros este hombre, y por ellos le queria castigar el ángel Ituriel, bastaba con dexarle su cargo, sin exterminarle. Estaba razonando con el ministro, quando entró desatentada la hermosa dama en cuya casa habia comido Babuco, manifestando su rostro y sus ojos los síntomas del dolor y el enojo.
Levantaron estos una ancha piedra; tiráron á mano derecha y á mano izquierda una tierra que exhalaba un hedor intolerable; pusieron luego un muerto en el hueco que habían hecho, y volviéron á sentar la piedra. ¡Con que entierran estas gentes, exclamó Babuco, á sus muertos en los sitios mismos donde adoran la divinidad! ¡con que estan empedrados con cadáveres sus templos!
Acercábase ya el sol á la mitad de su carrera, y tenia Babuco que ir á comer al otro extremo del pueblo, á casa de una dama para quien le habia dado carta de recomendacion su marido que era oficial en el exército.
Formaban tan hermoso espectáculo las ciudadanas mas hermosas de Persepolis, y los principales sátrapas colocados en órden, que al principio creyó Babuco que se reducia á esto la fiesta. En breve se dexáron ver en el vestíbulo de este palacio dos ó tres personas que parecian reyes y reynas; su idioma era muy distinto del que estilaba el vulgo, y tenia ritmo, harmonía y sublimidad.
Si daba crédito á sus propias apologías, todas estas congregaciones eran necesarias; si atendia á sus recíprocas acusaciones, todas merecian ser destruidas. Pasmábase Babuco de que no hubiese ninguna que, por edificar al universo, no quisiese ser árbitro de él.
Estando escribiendo, llamáron á la puerta, y entró el mercader que le traía á Babuco su bolsillo que se habia dexado olvidado encima del mostrador. ¿Cómo es posible, dixo Babuco, que seais tan generoso y escrupuloso, despues de haber tenido cara para venderme vuestras buxerías quatro tanto mas de lo que valen?
Palabra del Dia
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