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Actualizado: 27 de junio de 2025


Puede ser que resida en otra parte de Florencia, dado lo que sabemos. Pues debes descubrirlo. Es imprescindible que yo sepa todo lo concerniente a él antes que me vaya de aquí; por consiguiente, voy a ayudarte a vigilar su vuelta. Babbo sacudió la cabeza y empezó a jugar con su cigarro, que estaba ansioso poder fumar. No, signore.

No había avanzado unas cincuenta yardas, cuando de en medio de la sombra de algunos arbustos que había a un lado, apareció una pequeña figura negra, y por la voz que me saludó, conocí que era el viejo Babbo, a quien no esperaba, pues había creído que se hubiera cansado de aguardarme.

Era un hombre pequeño, encorvado, de cabeza blanca, miserablemente vestido, con un sombrero blando, grasiento, de color gris, echado a un lado; un verdadero florentino típico del pueblo. En los mercados lo conocían con el nombre de «Babbo Carlini», según supe después, y las cocineras y sirvientas encontraban placer en hacerlo el blanco de sus travesuras y bromas.

Así es que supo, porque la misma Emma se lo dijo, y se lo dijo después Minghetti, que Serafina estaba en situación poca halagüeña, pues trueno tras de trueno, Mochi, aburrido, se había marchado a Italia sin un cuarto, pero lleno de deudas; y ella, su amiga y discípula, quedaba en Santander sin contrata, sin dinero y con fundados temores de que su maestro y babbo espiritual no volviera a buscarla, aunque se lo había prometido.

De las averiguaciones que a la mañana siguiente hizo el viejo Babbo en la Cruz de Malta, resultó evidente que el señor Ricardo Dawson, fuese quien fuese, venía a Lucca constantemente, y siempre con el fin de visitar y consultar al popular monje capuchino.

Basta decir que treinta y seis horas después de haber subido al expreso en Pisa, atravesaba la plataforma de la estación Charing Cross, entraba en un hansom y partía para la calle Great Russell. Reginaldo no había vuelto aún de su negocio, pero, sobre mi mesa, entre una cantidad de cartas, encontré un telegrama de Babbo, en italiano, que decía: «Melandrini tiene echado a perder el ojo izquierdo.

Palabra del Dia

rigoleto

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