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Actualizado: 11 de junio de 2025


Un poco de presunción, un personal excelente, suficiente atolondramiento para no quedarse nunca sin conversación, un modo de bailar semejante al de una persona que anda sin gana, un bonito frac, seis apuestas de a onza en el écarté, y todo el desprecio posible de las mujeres, hablando con los hombres, le granjearon el afecto y la amistad verdadera de todo el mundo.

El vértigo es angustioso; el atolondramiento de la cabeza produce sensaciones penosas, especialmente en el occipucio; la concepcion es lenta, difícil, y el moral está en apatía; el aspecto es enfermizo, y la piel sucia y como arrugada.

Total de gastos, con hospedaje y alimentos de las tres personas en el Cuartelillo, cinco napoleones. Nada, pues, le quedaba ya que ver, como él decía, cuando le avisaron que era preciso embarcarse, porque estaba la fragata lista para darse á la vela. Esta noticia, que no le sorprendió lo más mínimo, acabó de anonadar á su madre y sacó, por un instante, de su habitual atolondramiento á tío Nardo.

Las gentes de la capital, al leer esto, se miraban aterradas, no encontrando en su atolondramiento palabras capaces de expresar su asombro. Los más locuaces sólo sabían decir: ¿Será posible?... ¿Será posible todo eso? La actitud del gobierno les hacía ver que era posible eso y aun algo más, que no decían los periódicos, pero que las gentes se comunicaban en voz baja.

De nada le valía, pues, permanecer ya en su tierra, donde todos sus parientes y amigos habían muerto, y donde hasta su propia aldea había desaparecido. Con gran precipitación y atolondramiento pensó entonces Urashima en volverse con su mujer, allende los mares. Pero ¿cuál era el rumbo que debía seguir? ¿quién se le marcaría?

¡Vaya, pasearos! dijo animosamente la ruda Nicanora. Deciros algo: hablad sin miedo. Aquí estoy yo para avisar si algo ocurre. Y poco á poco fué quedándose rezagada, dejando que los novios anduviesen lentamente, la vista en el suelo, con el atolondramiento del que ha pensado muchas cosas para decirlas y no sabe cómo empezar.

Sus pies se enredaban en cuerpos blandos, que le hacían tropezar, y de los que salían gemidos dolorosos. En este crepúsculo del atolondramiento creyó ver á un cura enorme que se recogía el manteo con una mano y con la otra disparaba su revólver sobre un trabajador que esquivaba los tiros con agilidad simiesca.

La marquesa tenía la cara más larga que la de Don Quijote. Esto es peor que burlarse de la gente continuó el general con voz temblona : ¡es un insulto! Tío dijo la condesa suavizando la voz lo más posible , cuando no hay mala intención, cuando no hay más que ligereza, atolondramiento, gana de reír... ¡Gana de reír! interrumpió el general : ¡reírse de !, ¡reírse de mi mujer!

Palabra del Dia

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