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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Pero por más que despreciase en el fondo del alma aquellas resquemantes tertulias y se propusiera más de una vez huirlas, no le era posible. Después de almorzar, los pies le arrastraban quieras que no al café de Fornos y después de comer hacia el saloncillo del Español o de la Comedia.

Sin embargo, bien considerado, su vigor no parecía corporal sino espiritual, como si se debiera á favor especial de los ángeles; ó quizás era la animación procedente de una inteligencia absorbida por serios y profundos pensamientos; ó acaso su temperamento sensible se veía vigorizado por los sonidos penetrantes de la música que, ascendiendo al cielo, le arrastraban y hacían mover con inusitada vivacidad.

No es libertino todo el que quiere; para ese estado, como para los demás, hace falta vocación, y a nuestro joven costábale tanto trabajo ser calavera como ser obispo. Tenía, no obstante, amigos muy alegres y con las más felices disposiciones, que, por prestarle un servicio, le arrastraban a sus orgías.

Algunos soldados habían empezado ya el trabajo empleando las bayonetas, pero su labor era torpe, desmañada, ruidosa: cuchilladas á ciegas, agonías interminables, arroyos de sangre. Todos los heridos se arrastraban hacia el capitán, atraídos por su categoría, que representaba un honor, y admirados de su hábil prontitud. ¡A , hermano!... ¡A mi!

Para él no existían quemaduras ni costurones; todo era como antes tersura, nácar y alabastro; sus notas se arrastraban siempre lánguidas, voluptuosas, enamoradas. En casa del fisiólogo nada se sospechaba del fondo sensual que encerraban. Sánchez no podía reparar en tales futilezas. D.ª Carolina iba poco por el café y estaba muy lejos de presumir que existiese en la tierra tal desinteresado amor.

Hacia la callejuela del Arsenal varios guardias nacionales arrastraban una pieza de artillería de veinticuatro.

Entonces, los precios de los frutos no habían bajado tanto como para precipitar a la raza de los pequeños squires y de los arrendatarios en el camino de la ruina, hacia el cual sus hábitos de prodigalidad y la mala explotación de sus tierras los arrastraban rápidamente.

Pensó en el toro, al que arrastraban por la arena en aquel momento con el cuello carbonizado y sanguinolento, rígidas las patas y unos ojos vidriosos que miraban al espacio azul como miran los muertos.

Corrían las señoras á refugiarse en San Nicolás, y los curiosos de las aceras, huyendo de los disparos, se arrojaban de cabeza dentro de los cafés, rompiendo cristales y volcando sillas y mesas. En un momento se formó un gran vacío en la plaza, quedando sembrado el suelo de garrotes, sombreros y boinas. Algunos heridos se arrastraban, manchando de sangre el suelo del paseo.

El otro corrió, loco de dolor y de sorpresa, de un lado a otro de la plaza, con el vientre abierto y la silla suelta, mostrando por entre los estribos sus entrañas azuladas y rojizas, semejantes a enormes embutidos. Arrastraban las tripas por el suelo, y al pisárselas él mismo con sus patas traseras, tiraba de ellas, desarrollándolas como una madeja confusa que se desenmaraña.

Palabra del Dia

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