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Actualizado: 24 de mayo de 2025
De tarde en tarde, el remordimiento y el miedo se apoderaban de él. ¡Ay, si la otra contemplase desde lejos lo que le estaba ocurriendo en el buque! ¡Si Teri pudiera verle como se ve por el ojo de una cerradura!... La vergüenza le hacía permanecer inmóvil en su sillón, leyendo un libro, indiferente a cuanto le rodeaba.
Esa timidez, esa confusión que en otros tiempos se apoderaban siempre de él en su presencia, volvían a dominarlo. ¿Era posible que hubiera tenido la víspera a esa mujer en sus brazos? ¿Y si se había arrepentido, si fuera a devolverle su palabra? Pero en ese instante, toda su audacia se despertó.
Pensaba el Comandante General, D. José del Valle, seguir las marchas con el ejército de su mando hácia las demas provincias que estaban sublevadas en la jurisdiccion de Buenos Aires, sugetarlas y socorrer la ciudad de la Paz, que en aquella ocasion supo la tenian sitiada un número considerable de rebeldes, capitaneados por Julian Apasa, Tupac-Catari: pero muchas y muy poderosass razones le impidieron realizar este proyecto, siendo entre todas la mas poderosa, la considerable desercion de sus tropas que cada dia iba en aumento: sin embargo que sabian de cierto no se libertaba alguno de caer en manos de los enemigos, ni salvaban la vida; proporcionándoles por este medio el arbitrio de engrosar sus fuerzas con las armas de que se apoderaban; males que se hubieran aumentado considerablemente luego que se hubiese divulgado iba á alejarlos mas de sus casas, y exponerlos no solo á nuevos peligros, sino tambien á los rigores de una estacion la mas penosa del año, así por los excesivos yelos como por la esterilidad de los campos para la subsistencia de mulas y caballos.
Desplegaban por millares las ortigas de mar sus hilos urticantes, proyectando un veneno que aturdía á la víctima y la hacía caer en su corola, boca y ano al mismo tiempo. De una voracidad sin límites, se apoderaban, fijas en su roca, de pescados más grandes que ellas, y al presentir un peligro se encogían de tal modo, que era difícil verlas.
Se apoderaban de la llave de las bóvedas y entraban en este lugar misterioso, al que únicamente subían los obreros de tarde en tarde. La catedral era fea y vulgar vista desde arriba. En sus primeros tiempos habían quedado las bóvedas de piedra al descubierto, sin más remate que una calada barandilla de aéreo aspecto.
Imaginábase que los españoles o los contrabandistas se apoderaban del castillo. ¡Pobrecilla!... Por fortuna no tardé en tranquilizarla... ¿Y qué tal va su salud, y la de usted? Envidiables. ¿Se han aburrido ustedes mucho en mi ausencia?... ¿qué han hecho aquí, entretanto? Ayer tuvimos reunión, y jugamos al whist y al boston. ¡Perfectamente! Y, a propósito, tengo que reprender a usted.
Palabra del Dia
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