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Así quedaba convenido; mas tocábale la vez al respetable Butrón de volver la espalda y decíanse todos entonces que era una necesidad, una pifia, desperdiciar una cartera en aquel pobre hombre, político mujeriego, que debía de contentarse, a lo más, con una plenipotenciaria, pudiendo emplearse aquella, si no con honra, a lo menos con provecho, en el señor don Eusebio Díaz de la Laguna, pajarraco gordo en tiempo de Amadeo, que, como acontece en todas las restauraciones, habíase pasado con armas y bagajes al bando alfonsino en cuanto vislumbró en él la aurora del triunfo, ejecutando una de esas maniobras que en la farisaica jerga de los hombres gubernamentales se llaman cambios políticos, debiendo de llamarse charranadas o vilezas.

Tengo que ser alfonsino... a la fuerza. ¡Vaya un compromiso... Re-Dios, qué compromiso...!». La restauración vencedora i Me ha contado Jacinta que una noche llegó a tal grado su irritación por causa de los celos, de la curiosidad no satisfecha y de la forzada reserva, que a punto estuvo de estallar y descubrirse, haciendo pedazos la máscara de tranquilidad que ante sus suegros se ponía.

No estaba contento ni mucho menos con esto del orgulloso Rubín, y se quejaba de que una amistad sagrada le hubiera puesto en el compromiso de aceptar el turrón alfonsino. Por supuesto que la situación no duraba ni podía durar. Cánovas no sabía por dónde andaba.

El peludo señor perdió por completo la cabeza, y temiéndolo todo de la bellaquería de la condesa, que tenía él muy bien conocida, pidió a toda prisa un simón, y sin acordarse para nada de que su barba sin teñir iba a revelar el hasta entonces bien guardado secreto a las lenguas más hábiles en cortar sayos que encerraba la corte, corrió al palacio de aquella equívoca oveja que tanto le importaba conservar en el redil alfonsino.