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No había logrado Olimpia decir toda, toda la pieza, desde el adagio patético hasta el presto con fuoco, sin equivocarse alguna vez, y siempre que tocaba delante de gente, se embarullaba y hacía un pisto de notas que ni Cristo lo entendía. Por eso doña Casta la mandaba tocar cuando había personas extrañas, para que fuese perdiendo el miedo al público.

Sería triste haber pasado la vida ahorrando, para engordar a los jesuítas o a esas hermanas que no saben hablar en castellano. No quiero que mis dineros sufran la misma suerte que los del sacristán del adagio. Por esto, a los sinsabores de mi lucha con la gentuza enemiga se une el dolor que me causa el carácter débil de mi hija.

; mírala; es una excelente conocedora de la música de Rossini. ¿Oíste qué bien cantó aquel adagio? Pues es la viuda de Nino, ya expira; a imitación del cisne, canta y muere. Al llegar aquí estábamos ya en el baile de máscaras; sentí un golpe ligero en una de mis mejillas. ¡Asmodeo! grité. Profunda obscuridad; silencio de nuevo en torno mío.

¿Ahora no vive usted en Sevilla? No, señor; hace seis años que estoy establecido en Cantillana. Recordé entonces el antiguo adagio español, y le dije sonriendo: «Anda el diablo en Cantillana»... ¡Ca, hombre! Ya hace mucho tiempo que no anda... Se ha marchao aburrío.

Grandes fueron las galas, máscaras, representaciones, arcos triunfales, fiestas de á pié y á cavallo, juegos que llamavan bojordos de espada y lançaRefiérese en papeles antiguos, que volviendo los Cortesanos á Castilla, en sus exageraciones de esta ostentosa entrada, dieron principio al elogio: «Quien no vió á Sevilla, no vió maravilla;» y al adagio: «A quien Dios quiso bien, en Sevilla le dió de comer

León Pinelo en sus Anales de Madrid alaba "la estimación que le dió el pueblo dondequiera que estuvo, y particularmente en esta Corte, donde en oyéndole nombrar los que no le conocían se paraban en las calles a mirarle con atención, y otros que venían de fuera luego le buscaban y a veces le visitaban sólo por ver y conocer la mayor maravilla que tenía la Corte, y muchos le regalaban y presentaban alhajas sin más título que el de ser Lope de Vega, y si llegaba a comprar cualquiera cosa de mucha o poca calidad, en sabiendo que era Lope de Vega se la ofrecían dada o se la vendían con toda la cortesía y baja de valor que les era posible;... dieron en Madrid, más de veinte años antes que muriese, en decir por adagio a todo lo que querían celebrar o alabar por bueno, que era de Lope; los plateros, los pintores, los mercaderes, hasta las vendedoras de la plaza, por grande encarecimiento, pregonaban fruta de Lope, y un autor grave, que escribió la historia del señor don Juan de Austria, para levantar de punto la alabanza, dijo de uno que era capitán de Lope, y una mujer, viendo pasar su entierro, que fué grande, sin saber cúyo era, dijo que aquel era entierro de Lope, en que acertó dos veces". Quevedo, en la aprobación de las Rimas de Burguillos, se refiere también a este uso popular de calificar como de Lope a lo excelente: "Frey Lope Félix de Vega Carpio, cuyo nombre ha sido universalmente proverbio de todo lo bueno."

Al derredor de los huertos, los jardines y las haciendas y fábricas del valle, se suceden en anfiteatros cortados las colinas cuajadas de viñedos. Debo decir, en obsequio del popular adagio, que me costó trabajo beber buen vino y conseguir buenas pasas en Málaga.