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Y Saúl respondió: Estoy muy acongojado; pues los filisteos pelean contra , y Dios se ha apartado de , y no me responde más, ni por mano de profetas, ni por sueños; por esto te he llamado, para que me declares qué tengo de hacer. 16 Entonces Samuel dijo: ¿Y para qué me preguntas a , habiéndose apartado de ti el SE

Aunque la desgracia no hubiera recaído en los dos seres que más amaba en el mundo, era tan afectuoso y tenía tal predilección por su cuñada, que el disgusto no fue mucho menor. Trémulo, acongojado, acudió al cuarto de la enferma. La desdichada Presentación exhalaba gemidos lastimeros mientras el médico reconocía las heridas minuciosamente.

Aun es hermosa, y en vano la enfermedad, la tristeza de su marchita belleza, anublan el esplendor; y áun á pesar de las canas que emblanquecen sus cabellos, hay en sus ojos destellos de juventud y de amor. Amor doliente, infinito, mal herido, acongojado, en ardoroso cuidado, en apenador afan; corriente de desventura, que la materia mezquina gasta, corroe, calcina, como el fuego en un volcan.

Por fin me fuera de la ciudad, al principio de aquel camino por donde pasé diez años antes acongojado y lloroso, una fría mañana del mes de Enero. Recordé aquellos días amargos en que por primera vez me alejé de los míos, niño tímido y medroso, en quien cifraban sus tías las más risueñas esperanzas. ¡Cuán distinto me pareció el camino!

Pero, ¿acaso no conozco yo a mi amado? ¡Rodolfo, amor mío! -No es el Rey repitió Sarto; y el acongojado Tarlein no pudo reprimir un sollozo. Entonces, al oír aquel sollozo, comprendió Flavia que había en todo aquello algo más que una chanza o una equivocación. ¡, es el Rey! exclamó. Es su cara; su anillo, el mío. ¡Oh, , es mi amor! Vuestro amor, señora, dijo Sarto.

Después de poner mi óbolo humilde en él gorro de uno de los artistas proscritos, me alejé acongojado, sintiendo que llevaba en mi oido como el eco vago de los últimos aires del himno italiano, y orgulloso de haber nacido en el seno de la democracia para poder ofrecer desde el fondo de mi corazon un voto de fraternidad á los hermanos oprimidos.

Se encerraron en el gabinete, donde ya tenían preparadas las ropas necesarias, y sin un grito, sin un movimiento descompasado, sin la más leve queja, salió aquella valiente mujer de su cuidado. El conde lloró de gozo y admiración al saber este feliz desenlace. Luego, cuando recibió por Jacoba la orden de llevar la niña al portal de Quiñones, volvió a sentirse acongojado.