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Actualizado: 6 de junio de 2025
La condesa acomodó la roja cabecita en su blanda almohada con lazos rosa y fijó en el ministro sus claros ojos, que expresaban admirablemente la extrañeza. Afianzóse Martínez las gafas de oro, torció la descomunal cabeza, y amenazando a Currita con su gordo y porrón dedo, como hace el dómine que echa al niño una reprimenda cariñosa, le dijo: En Palacio están muy disgustados...
871 "Rezá", me dijo mi tía, "Artículos de la fe". Quise hablar y me atoré; la dificultá me aflige; miré a la parda, y ya dije: "Artículos de Santa fé". 872 Me acomodó el coscorrón que estaba viendo venir, yo me quise corregir, a la mulata miré y otra vez volví a decir: "Artículos de Santa fé".
Javier y el Doctrino tomaron en competencia posesión de la cama. Lázaro se acomodó lo mejor que pudo en una silla de tres pies y medio, y el poeta continuó en pie haciendo los honores del sotabanco. Del cajón de la cómoda sacó un pedazo de queso envuelto en un papel, que se había hecho transparente.
Huérfana también de padre, sin protección de parientes ni de amigos, las autoridades tuvieron que buscarle acomodo, y así le cupo en suerte ir á parar á casa de una tía de mi madre, señora principal y rica que la tomó bajo su amparo. Podría tener á la sazón catorce años, pero nadie la hubiera dado más de diez, tan chiquitina y flacucha era.
Si la hubiera contentado el claustro, hubiérase entendido que el santo amor de Dios no dejaba en su corazón lugar para el amor al hombre; pero tampoco era esto, porque una tía monja que tenía en las del Espíritu-Santo quiso llevársela consigo, a lo que ella no se acomodó, diciendo que Dios no la había hecha para que la sofocasen tocas ni monjiles, ni para enojarse entre cuatro paredes.
No quiso vestirse por entonces, hasta que estuviesen junto de donde don Quijote estaba; y así, dobló sus vestidos, y el cura acomodó su barba, y siguieron su camino, guiándolos Sancho Panza; el cual les fue contando lo que les aconteció con el loco que hallaron en la sierra, encubriendo, empero, el hallazgo de la maleta y de cuanto en ella venía; que, maguer que tonto, era un poco codicioso el mancebo.
Armóse Sansón como queda referido y Tomé Cecial acomodó sobre sus naturales narices las falsas y de máscara ya dichas, porque no fuese conocido de su compadre cuando se viesen; y así, siguieron el mismo viaje que llevaba don Quijote, y llegaron casi a hallarse en la aventura del carro de la Muerte.
Por fin me acomodo en el primer islote de tamariscos, o rincón de tierra seca, que encuentro. El guarda, en prueba de respetuosa consideración, permite que me acompañe su perro, un enorme perro de los Pirineos, con sus grandes lanas blancas, gran cazador y pescador inteligente, cuya presencia me intimida un poco.
Pasar el invierno en París; desde allí, cuando viniese el verano, trasladarse a Biarritz o San Sebastián; en el mes de Octubre, trascurrido ya cerca de un año, regresar a Madrid. En todo este tiempo la hija del sillero le olvidaría, hallaría otro acomodo, desaparecería de Madrid. ¿Quién sabe lo que podía suceder?
Cómo se acomodó Lázaro en su pueblo y qué medios de subsistencia pudo allegar, es cosa larga de contar. Baste decir que renunció por completo, inducido á ello por su mujer y por sus propios escarmientos, á los ruidosos éxitos de Madrid y á las lides políticas.
Palabra del Dia
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