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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Su faz resplandecía como la de un justo, aunque distaba mucho de serlo, como acabamos de ver. Después que se hartó de besar a los chicos salió del parque en una felicísima disposición de ánimo, prueba irrecusable de que un fútil suceso basta no pocas veces para acallar los más atroces remordimientos de nuestra alma.
En seguida añadió: Según el pagaré, tú me eres deudora de diez mil reales, y como me has dado ocho mil, me debes dos mil aún. Yo te los perdono. La generosidad de don Ramón fue solemnizada por toda la concurrencia con los más ruidosos aplausos. Veinte días después de lo que acabamos de contar se celebraron las bodas de Juanita y don Paco.
A los méritos que acabamos de indicar, la señorita de Latour-Mesnil había tenido el talento de añadir otro, de cuya influencia no es dado a la naturaleza humana libertarse: era extremadamente linda; tenía el talle y la gracia de una ninfa, con una fisonomía un poco selvática y pudores de niña. Su superioridad, de la que se daba alguna cuenta, la turbaba; sentíase a la vez orgullosa y tímida.
Pensamos demasiado en nuestra debilidad y acabamos por padecerla; creemos que se nos va la cabeza, que nos duele el corazón y que se nos vicia la sangre, y de tanto decirlo y pensarlo nos vemos agobiados de crueles sufrimientos.
Además, nos conviene exagerar la probabilidad de que ocurra aquello que queremos ardientemente, y acabamos por tomar nuestros deseos por realidades.... Los que entran todos los días aquí tienen la corazonada de que saldrán llevándose mil francos, ó veinte mil, ó cien mil, y lo regular es que salgan con los bolsillos vacíos.
En el espléndido club, donde iba yo a comer casi de diario, me encontré a un rico y amable comerciante de origen español, trabé con él amistad y acabamos por hacernos muy íntimos. Era hombre de cuarenta y cinco años a lo más, pero parecía más joven por lo muy guapo, alegre y elegante.
La Alhambra está llena de los nombres de viajeros ilustres que no han querido pasar adelante sin enlazar con aquellos grandes recuerdos sus grandes nombres; esto, que es lícito en un hombre de mérito, confesado por todos, es risible en un desconocido, y conocemos un sujeto que se ha puesto en ridículo en sociedad por haber estampado en las paredes de la venerable antigüedad de que acabamos de hablar, debajo del letrero puesto por Chateaubriand: «Aquí estuvo también Pedro Fernández, el día tantos de tal año.» Sin embargo, la acción es la misma, por parte del que la hace.
Aquellas, como veremos luego, estriban mas bien en ciertos inconvenientes nacidos de nuestra manera de concebir, que en razones fundadas en sólidos principios; cuando las que acabamos de proponer se apoyan en las ideas que sirven de base á todo conocimiento: en aquella proposicion evidentísima: la nada no tiene ninguna propiedad.
La gran intimidad en que acabamos de vivir todos, podría engañarlo sobre la naturaleza de la simpatía que usted me inspira o que yo le inspiro a usted. ¿Por qué dice usted eso? Porque me temo que usted da demasiada importancia a una atracción, muy real, sin duda, pero cuyas bases son todavía demasiado frágiles para implicar un sentimiento serio.
Palabra del Dia
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