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Actualizado: 5 de junio de 2025
¿A cuánto el oro? preguntaba. Quedábase absorto, como un gran financista abismado en sus cálculos. Qué le parece, míster Robert, las cédulas siguen bajando; esta es la ocasión de dar el golpe. El inglés protestaba de estas especulaciones bursátiles; a pesar de la angustia que invadía poco a poco la plaza, la casa parecía marchar con desembarazo, sabiamente guiada por tan prudente piloto.
Belarmino se incorporó, con las brumas del ensueño desparramadas todavía en las pupilas. ¿Y dicen ustedes preguntó que ese filósofo se llama Meo de Clerode? Asimismo; Meo de Clerode respondió, con cara dura, el estudiantino desenvuelto. Pues es un enormísimo sapo, mucho más grande aún que Salmerón. Y Belarmino volvió a su cuchitril, cabizbajo y abismado en preocupaciones.
Con mucho gusto... si no fuera tan tarde... debía estar a las ocho en palacio... y van a dar las ocho y media... no puedo detenerme... salúdele usted de mi parte. Como usted quiera. Además, estará abismado en sus trabajos... no quiero distraerle... saldré por aquí... Buenas noches, señora, muy buenas noches. Disimulan volvió a pensar Petra, mientras abría la puerta que conducía al zaguán.
Y el licenciado se quedó gratamente abismado en la contemplación del resultado futuro de un negocio en que podrían cruzarse sendos doblones.
El torrente, que columbraba yo en algunos sitios, por los pozos en cuyos fondos se habían abismado las capas superiores de la nieve, perecía transformado en un río de tinta por los despojos que cubrían sus aguas; era aquello una enorme masa de fango en movimiento.
Desanimado ya por completo, sin conservar esperanza alguna, volvía la espalda al salón, y, por completo abismado en sus reflexiones, nada veía ni escuchaba. No obstante, algunas ruidosas exclamaciones le sacaron de su éxtasis. Acababa de entrar en un palco una señora joven, cuya notable hermosura y espléndida toilette excitaron vivamente la admiración de todo el público.
Todo Villaverde sabe que hace quince días vieron salir, camino de Santa Clara, al ex-covachuelista de Castro Pérez, jinete en un corcel brioso, hecho un caballero andante. ¡Vaya! Dejó la pluma por la reata.... Venegas y Ocaña coreaban con ruidosas carcajadas las bromas del imberbe galeno, y Ricardo seguía abismado en la lectura. Después me hablaron de Gabriela.
Palabra del Dia
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