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Watson, despreciando á los combatientes, había corrido hacia la marquesa, colocándose delante de ella en actitud defensiva, como si le amenazase algún peligro. Robledo miró á los dos adversarios. Contenido cada uno de ellos por un grupo, se insultaban de lejos, con los ojos inyectados de sangre y la lengua estropajosa.

El Marqués de la Hinojosa respondió el Cojuelo , conde de Aguilar y señor de los Cameros, Ramírez y Arellano, es el uno, y el otro es el Marqués de Aytona, favorecedor de la Música y de la Poesía, que heredó, hasta la posteridad, de su padre, entrambos camaristas. ¿Qué coche es aquél tan lleno, que va espumando sangre generosísima en tantos bizarros mozos? preguntó la tal Güéspeda.

Ya hace tiempo que me he resignado a permanecer impasible cuando los golpes del Cielo me hieren sin descanso: me he vuelto un ser miserable, sin energía y sin voluntad; me he dejado atar de pies y manos por el destino, y por más que me agito hasta hacer brotar sangre de las articulaciones, eso de nada sirve: impotente soy, impotente seguiré y... ¡nada más!

Sabrá establecer una diferencia entre sus antiguos amores y su dicha presente. Seguramente no tendré que mostrarle en qué grado una belleza noble y casta, realzada por todo el brillo de la sangre y por todo el esplendor de la virtud, es superior a los halagos impúdicos de una bribona. Mientras tanto, ya está en buen camino.

Teniendo que visitar á la familia de Cabesang Tales al día siguiente, aprovechaba la noche para cumplir con aquel deber. Sentóse sobre una piedra y pareció reflexionar. Se le presentaba su pasado como una larga cinta negra, rosada en su comienzo, sombría despues, con manchas de sangre, despues negra, negra, gris y clara, más clara cada vez.

La brigadiera, sin oír más, se lanzó sobre ella, la cogió por un brazo y la sacudió tan fuertemente, que la chica perdió el equilibrio y cayó al suelo, dando con la cabeza sobre un pie del piano: lanzó un grito y se llevó la mano a la cabeza, de donde corría un hilo de sangre.

Las afecciones hidrópicas que resultan del empobrecimiento de la sangre por evacuaciones sanguíneas y humorales escesivas, como la hidroemia clorótica en las mujeres que han padecido metrorragias; el edema local y la anasarca con palidez, debilidad, hinchazon y tension del vientre, diarrea, orinas sedimentosas, son del dominio de la quina.

Doña Cristina se sentía ahora dueña absoluta del suelo que pisaba. Ella á un lado con los suyos, y el médico á otro. Era un extraño odioso: la sangre de nada valía cuando las almas se separaban para siempre. Pero el doctor despreció esta hostilidad.

El refrán lo dice: a mal Cristo, mucha sangre. En la poesía lírica, si bien se considera, acontece lo mismo que en la epopeya y el drama.

El único que le acechaba los pasos, esperando impaciente el momento oportuno de acometerle, era aquel fantasma pálido y hediondo que se le había aparecido al arrojar algunas gotas de sangre por la boca.