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Actualizado: 11 de septiembre de 2025
Por la puerta salían resplandores de cirios, perfumes de flores, susurros de órgano, voces de doncellas. Su alma, pueril y ligera como la mañana, sintió deseos de ir en pos de las familias endomingadas que subían la escalinata. El era católico por su padre, cismático por su madre, y nada por su propia voluntad.
Todos estos buques menores, pintados de un gris metálico para confundirse con el color del agua, entraban en el puerto y salían como centinelas que se reemplazan.
Yo lo cumplía puntualmente; y con tal artificio, más de una vez, además de no cobrarnos nada, salían a despedirnos humildemente, rogándonos que les dispensáramos el mal servicio.
Las mujeres salían en las primeras horas de la mañana, para no volver hasta la caída de la tarde, o permanecían dentro de sus casas, recluidas voluntariamente, con una pasividad de hembras asiáticas. También se reconocía en ellas la diferencia de origen.
No aprovechaba nada con D. Alvaro que dejase salir á ellos, antes reñía con los que salían alguna vez á escaramuzar. Todo el día se le iba en decir mal de Capitanes y soldados; lo mismo hacían ellos dél.
Entonces solía ver el cielo como inmenso mar de cuyas aguas salían formando bosques de algas las copas de los árboles: los pájaros eran las naves que lo surcaban.
Una clara en el cielo o la aparición de unas estrellas a media noche, cuando salían ellos de los cafés, les devolvían la alegría. Va a levantarse el tiempo... Pasado mañana corrida.
El tal pasó junto a ella, la miró, casi casi se detuvo un instante para verla mejor; después siguió su camino. Otras personas salían o entraban. Aunque en el pensamiento de Fortunata iba condensándose la imposibilidad de entrar, continuaba allí clavada sin saber por qué.
La majestad de la señora, el aparato de que se rodeaba y las ideas extrañas que salían de su boca les hacía mirarse de vez en cuando llenos de estupor. Pero tanto y más que esto les impresionaba el respeto profundo que todos los tertulios la tributaban. De tal modo que, cuando por el gesto se conocía que iba a hablar, inmediatamente quedaba todo en silencio.
Todas las vidas, todos los sucesos hasta los más ínfimos de la parroquia pasaban uno á uno por el tamiz de aquel corro y salían desmenuzados y cribados, reducidos casi al estado atómico. Varias veces habían entornado la vista hacia nuestras zagalas, y después de hablarse al oído sonreían con malicia. Al fin la vieja Rosenda les dirigió la palabra. ¡Flora!
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