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Actualizado: 13 de julio de 2025
¡Al fin voy á saber! exclamó Jacobo en una especie de delirio. ¡Te tengo aquí, maldita, y hablarás ¿entiendes? aunque tuviera que arrancarte tu secreto del corazón con las uñas! ¡Oh! no tendré piedad, como tú no la tuviste. No cuentes con ninguna gracia. ¡Vas á decirlo todo ó, por mi honor, que te mato, y esta vez no resucitarás!... Se irguió espantoso y su cara expresó una implacable resolución.
»Ahora, padre mío, aunque confiando en esta prueba y en su afecto espero con angustia el fallo que va a dictar sobre mi suerte. »En sus manos está mi destino. No lo rompa, se lo ruego como se lo ruego al Altísimo. »¡Ah! ¿Cuándo podré saber si la sentencia pronunciada por usted es de muerte o es de vida? Una noche es a veces infinita y ocasiones hay en que una hora puede convertirse en un siglo.
Si uno quisiera saber lo mas sublime de la Aritmética, sin entender primero las reglas mas fáciles y simples, no podria conseguirlo; pero al contrario, si empieza este estudio comprehendiendo las reglas de sumar, restar, multiplicar, y partir, que son las mas simples, facilmente llegará á entender las de proporcion y arte combinatoria.
Pero Ana, sin saber por qué, sentía una vaga repugnancia cuando pensaba en ir a casa de doña Petronila; le parecía mejor ver al Magistral en la iglesia, allí encontraba ella el fervor religioso necesario para confesar sus ideas malas, sus deseos peligrosos.
En este interin cuantas cosas encontraban, las pisoteaban ó destruian: es á saber, mataron las ovejas, desbarataron el techo de la casa de los PP., que por su teja y ladrillo habia quedado en piè, y sacando las cosas que estaban enteras, las hacian como tributo, ó paga de alguna culpa.
A lo que respondió Sancho: -Déme vuestra señoría alguna diciplina o ramal conveniente, que yo me daré con él como no me duela demasiado, porque hago saber a vuesa merced que, aunque soy rústico, mis carnes tienen más de algodón que de esparto, y no será bien que yo me descríe por el provecho ajeno.
El banderillero asentía con movimientos de cabeza, aguardando la pregunta. ¿Qué deseaba saber la señora Carmen?... Que me diga usté lo que pasó en La Rinconá, lo que usté vio y lo que usté se figura. ¡Ah, buen Nacional! ¡Con qué noble arrogancia irguió la cabeza, contento de poder hacer el bien, dando consuelo a aquella infeliz!... ¿Ver? El no había visto nada malo.
Yo creía que la armonía del mundo no podía existir mientras lord Gray viviera, y una curiosidad intensa devoraba mi alma... No podía dormir, el velar me hacía daño... no se apartaba de mi pensamiento la escena que después he presenciado aquí, y cada minuto que pasaba sin saber el resultado de una contienda que yo creí seria, me parecía un siglo...
51 Y fue hecho saber a Salomón, diciendo: He aquí que Adonías tiene miedo del rey Salomón; porque ha tomado los cuernos del altar, diciendo: Júreme hoy el rey Salomón que no matará a cuchillo a su siervo. 52 Y Salomón dijo: Si él fuere virtuoso, ni uno de sus cabellos caerá en tierra; mas si se hallare mal en él, morirá.
Sí, la hablé de mi amor... Hablamos de la nueva estación, del frío que pronto nos ahuyentaría de aquí... Yo quería saber adonde pensaba ir, dónde y cuando podría verla otra vez. Ella me dijo: «No sé todavía adonde iré: tal vez a Niza, tal vez a Biarritz. ¿No será mejor ignorarlo, por usted y por mí?...» ¿Ve usted?... ¿Y después? Yo la dije: «Sea como usted quiera.
Palabra del Dia
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