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Viernes 21 á medio dia, se hallaron en 51 grados y 25 minutos. Sábado 22 á las siete de la tarde, hubo turbonadas de truenos y agua, y navegaron al norte. Domingo 23 al amanecer, se hallaron en la costa que corre al sur del puerto de Santa Cruz, y á las diez y media anclaron al este de dicho puerto, á media milla de distancia, en 9 brazas de agua, en 50 grados y 20 minutos de latitud.

A estos, les diremos únicamente que abran el registro del puerto de Guajan y se encontrarán, que en efecto, es cierto tuvieron las islas su apogeo como descanso de esos valientes hijos del mar, y que hubo año que hicieron recalada en los puertos de Guajan, 80 y hasta 100 barcos mayores; pero al volver algunas hojas del registro, progresivamente irán viendo el descenso que desgraciadamente ha sufrido, tanto que el año 1870, solo anclaron ¡cuatro! barcos balleneros, y esos más valía no lo hubieran hecho, pues hoy el ballenero que toma el puerto de San Luís de Apra, participa de pirata y corsario, no yendo á dejar dinero, ni á importar efectos de verdadera riqueza positiva, y á extraer el poco numerario en circulación, vendiendo un par de centenares de latas de comestibles y algunas varas de toscas telas.

Pues yo os diré, repuso Vifredo, que cuando los franceses nos cogieron el galeón Cristóbal y lo anclaron á doscientos pasos de la playa, dos arqueros de marca, Robín y Elías, no necesitaron más de cuatro flechas para cortar el cable del ancla como con un cuchillo, de suerte que por poco se estrella el galeón contra las rocas y á los de á bordo los asaeteamos de lo lindo.

Andando los pilotos vacilando En luengo de la costa, cada dia Sus cartas y roteros remirando, Por ver donde el armada surgiria: Sus grados y sus puntos cotejando, Anclaron en Abril tercero dia En una playa y puerto sin abrigo, Que es dicho por renombre D. Rodrigo.

Los dos marinos sentían en la cara y en las manos la misma sensación que si cayesen á través de la obscuridad ortigas heladas. Por dos veces anclaron cerca de la isla de Tenedos, viendo los movibles archipiélagos de los acorazados con velos flotantes de humo. Llegaba á sus oídos, como un trueno incesante, el eco de los cañones que rugían á la entrada de los Dardanelos.