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El americanismo, el enemigo de los europeos condenado a gritar en francés, en inglés y en castellano: ¡Mueran los extranjeros! ¡Mueran los unitarios! ¡Eh! ¡Eres , miserable, el que te sientes morir, y maldices en los idiomas de esos extranjeros, y por la Prensa, que es el arma de esos unitarios! ¿Qué Estado americano se ha visto condenado, como Rosas, a redactar en tres idiomas sus disculpas oficiales para responder a la Prensa de todas las naciones, americanas y europeas a un tiempo?

Pero en honor de la verdad histórica y de la justicia, debo declarar, ya que la ocasión se presenta, que los verdaderos unitarios, los hombres que figuraron hasta 1829, no son responsables de aquella alianza; los que cometieron aquel delito de leso americanismo; los que se echaron en brazos de la Francia para salvar la civilización europea, sus instituciones, hábitos e ideas en las orillas del Plata, fueron los jóvenes; en una palabra: ¡fuimos nosotros!

La concepción utilitaria, como idea del destino humano, y la igualdad en lo mediocre, como norma de la proporción social, componen, íntimamente relacionadas, la fórmula de lo que ha solido llamarse en Europa el espíritu de americanismo.

En Montevideo, pues, se asociaron la Francia y la República Argentina europea para derrocar el monstruo del americanismo hijo de la Pampa; desgraciadamente, dos años se perdieron en debates, y cuando la alianza se firmó, la cuestión de Oriente requirió las fuerzas navales de Francia, y los aliados argentinos quedaron solos en la brecha.

Pedro Lobo se jactaba, y no sin fundamento, de haberse hallado en cien combates, y de haber sido el más rudo adversario de la valerosa legión italiana mandada por Garibaldi. Sabedor Juan Manuel Rosas de los grandes servicios y del raro mérito de Pedro Lobo, le llamó a su lado y le prestó toda su confianza. Era Pedro Lobo fanático de americanismo.

La triple intervención que se anuncia es la primera que ha tenido lugar en los nuevos Estados americanos. El bloqueo francés fué la vía pública por la cual llegó a manifestarse sin embozo el sentimiento llamado propiamente americanismo.

Hoy no hay lechero, sirviente, panadero, peón, gañán ni cuidador de ganado que no sea alemán, inglés, vasco, italiano, español, porque es tal el consumo de hombres que ha hecho en diez años; tanta carne humana necesita el americanismo, que al cabo la población americana se agota y va toda a enregimentarse en los cuadros que la metralla ralea desde que el sol sale hasta que anochece.