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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Las primeras nunca suceden sin un verdadero milagro; y aunque es cierto que Dios hace milagros, pero tambien lo es que no son tantos como el vulgo literario presume: de manera que siendo preciso exâminar la operacion milagrosa con mucha diligencia para asegurarnos, el mismo cuidado se ha de poner en averiguar las apariciones sensibles antes de creerlas.
El problema más difícil que hay que resolver, la suerte te le dio resuelto desde el principio. En la más penosa e ingrata tarea en que los hombres tienen que emplearse no te has empleado tú, pudiendo elevarte así sin estorbo hasta una posición donde tanto la felicidad como la infelicidad tienen superior magnitud a las del vulgo de los mortales.
Respecto a condiciones morales, era lo que el vulgo llama un bendito. Su fidelidad a Manuela, aun en la época de su juventud, rayó en lo increíble, y con los hijos se caía de puro bueno. Uno de sus mayores placeres consistía en que Leocadia le leyera los periódicos, cuyas noticias de la guerra comentaba, como hablando consigo mismo, mientras liaba los pitillos que había de fumar al día siguiente.
Pero por ser los milagros operaciones superiores á la naturaleza, no es de creer que sean tan comunes como piensa el vulgo, ni que Dios, único autor de ellos, invierta con tanta freqüencia el orden natural de los cuerpos por cosas pequeñas, y por motivos de ningun momento.
¿Por qué no pinta usted el desorden de nuestras costumbres y de nuestras...? ¡Ah! ¿no conoce usted el país? ¿Yo satírico? ¡Si tuviera el vulgo la torpeza de entender las cosas como se dicen! Pero es tanta la penetración de estos batuecos, que adivinan el original del retrato que usted no ha hecho.
No era el secreto a fin de ocultar lo pecaminoso, sino a fin de no contaminar lo santo. No era el misterio en que se envuelve el delincuente con respecto a las personas honradas, sino el misterio del iniciado con relación al profano vulgo. Por desgracia, el profano vulgo no se conformaba con creer en la santidad del misterio, y se le explicaba de un modo harto poco edificante.
Sin dar por segura esta regla, el comun de los hombres no podria obrar; y los mismos filósofos se encontrarian mas embarazados de lo que tal vez se figuran. Darian pocos pasos mas que el vulgo. La 2ª. regla es muy análoga á la primera: se funda en los mismos principios, y se aplica á los mismos usos.
Si el público fuera en realidad equivalente al vulgo, si el público y el pueblo fuesen la misma entidad, aún se podría sostener que posee, si no reflexivo acierto para apreciar la bondad, la verdad o la belleza, instinto semi-divino y casi infalible que le lleva a fallar sobre todo ello con justicia.
Pero lo cierto era que, despojado el caso de este tinte poético, y tal como el prosaico vulgo podía entenderlo, doña Inés tenía razón que le sobraba.
Sus delirios, ininteligibles para el vulgo, encerraban el misterio de los grandes sucesos humanos. Tchernoff describió la bestia apocalíptica surgiendo de las profundidades del mar. Era semejante á un leopardo, sus pies iguales á los de un oso y su boca un hocico de león. Tenía siete cabezas y diez cuernos.
Palabra del Dia
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