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Actualizado: 29 de junio de 2025


Fuese el mozo, y el gobernador prosiguió con su ronda, y de allí a poco vinieron dos corchetes que traían a un hombre asido, y dijeron: -Señor gobernador, este que parece hombre no lo es, sino mujer, y no fea, que viene vestida en hábito de hombre.

No la echó de menos ni se arrepintió de haberla huido; pero la recordaba porque las otras mujeres se la traían a la memoria sugiriéndole involuntarias comparaciones de que siempre salía victoriosa.

Tocaba ya por ganar la pitanza, medio dormido, como sus compañeros, sin fe, sin emulación, apenas conservando un poco de cariño melancólico y de respeto supersticioso a la buena música, a la antigua, despreciando las novedades que traían las compañías de algunos años a aquella parte.

Las echó abajo de raíz: echó abajo sus templos, sus observatorios, sus torres de señales, sus casas de vivir, todo lo indio lo quemaron los conquistadores españoles y lo echaron abajo, menos las calzadas, porque no sabían llevar las piedras que supieron traer los indios, y los acueductos, porque les traían el agua de beber.

A las indias repartían regularmente diez y ocho onzas de algodón a la semana, en dos porciones y en distintos días, las que traían en los mismos, seis onzas de hilo en dos ovillos.

Poco a poco fue llegando gente; empleados que venían desperezándose, mozos que sacaban de junto a las básculas los carretones de los equipajes, otros ocupados en recoger lamparillas de los coches, y algunos que traían grandes atados de cántaras vacías, devueltas por los lecheros a su punto le origen.

Y esto hacian los tales Señores, en señal de que rescibian los tales que lo traian triunfo y favor del Señor, y era acetado en servicio el trabajo que ansí habian pasado en sujetar y vencer los tales enemigos.

Si le traían a cuento el capítulo de las aventuras amorosas, que no pasaban de ser rumores anónimos, sin fundamento que hiciera prueba, el Arcipreste sonreía al negar, dando a entender que aquello era posible, pero importaba menos.

Después de haber aquellos malvados cometido esta bárbara traición, dieron sobre los compañeros del P. Joseph, los cuales, movidos ya, de sus palabras, y mucho más de su ejemplo, se dejaron matar sin la menor resistencia, haciendo este acto de generosidad y mansedumbre, cuando tan fácilmente, aunque tan pocos, se podían defender á mismos y al Padre con los mosquetes que traían.

Hiciéronlo así, y, quedándose solos don Quijote, Sancho y Roque, aguardaron a ver lo que los escuderos traían; y, en este entretanto, dijo Roque a don Quijote: -Nueva manera de vida le debe de parecer al señor don Quijote la nuestra, nuevas aventuras, nuevos sucesos, y todos peligrosos; y no me maravillo que así le parezca, porque realmente le confieso que no hay modo de vivir más inquieto ni más sobresaltado que el nuestro.

Palabra del Dia

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