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Actualizado: 26 de junio de 2025


Hízolo así al cabo por no desmentir su proverbial cortesanía, pero se mostró grave y reservado. Como esto no convenía á los amigos, hicieron esfuerzos por tirarle de la lengua. Nada consiguieron en un principio. Al cabo unos cuantos vasitos de vino traidoramente administrados lograron su propósito.

Aflojó en el ataque, haciéndolo cada vez más débil y desordenado. Advertido el contrario, comenzó a tirarle frecuentes estocadas: apenas tenía fuerzas para pararlas. Al cabo, el robusto periodista le separó el sable con el suyo a viva fuerza, y le hundió la punta en el pecho. Miguel cayó soltando un chorro abundante de sangre. Todos se apresuraron a socorrerle.

Pero también me añadió: «si quiere». Es decir, que dejaba a mi elección tirarle o no tirarle. Tampoco se me escapó este particular. Pero supongamos que yo, en uso de mi derecho, me hubiera quedado con el clavel: ya daba al acto una significación grave, de cualquier modo que le ejecutara: callándome la boca, o explicándole.

CARLINO. Tiene voz de trueno. ¿Quisiérais, bondadoso señor Razonte, tirarle al suelo ó sujetarle las manos? RAZONTE. ¡Cobarde! BEATRIZ. ¿Es posible, Aquiles? CARLINO. No veo otro recurso que darle el golpe de gracia; si no, me mata. ¡Toma! H

Pero los del escuadrón se contentaron con verle huir, sin tirarle. A Sancho le pusieron sobre su jumento, apenas vuelto en , y le dejaron ir tras su amo, no porque él tuviese sentido para regirle; pero el rucio siguió las huellas de Rocinante, sin el cual no se hallaba un punto.

Volvía a tirarle el señorío, según decía, y alardeaba impúdicamente de sus nuevas relaciones, viviendo en casa de Dupont y entregándose los dos a fiestas ruidosas. Les parecía su amor desabrido y monótono, si no lo sazonaban con embriagueces y escándalos que alterasen la hipócrita calma de la ciudad. Se han juntado dos locos continuó Fermín.

Más de una vez sintió las cosquillas de aquella rabietina infantil que le entraba de sopetón, y daba patadillas en el suelo y tenía que refrenarse mucho para no irse hacia él y tirarle del pelo diciéndole: pillo... farsante, con todo lo demás que en su gresca matrimonial se acostumbra.

Si a usted le pesa o le parece mal que le haya recogido yo, con volver a tirarle en cuanto usted me lo ordene...

Una noche le dije en el café, hablando de las mujeres sevillanas: Amigo Villa, evidentemente estas mujeres son más graciosas y apasionadas que allá en el Norte, tienen más ingenio y saben querer de verdad...; pero me temo que no hagan tan buenas esposas como amantes. Quería tirarle de la lengua. Y lo conseguí, con gran satisfacción por mi parte.

Pepa Frías, si no comía porque estaba ahita, pellizcaba en las frutas y confites, teniendo detrás de su silla a Calderón, Pinedo, Fuentes y otros tres o cuatro caballeros maleantes que gozaban en tirarle de la lengua. No se la mordía, en verdad, la fresca viuda. Se defendía admirablemente de todos ellos parando y contestando los golpes con maestría. ¿Dónde dice usted que tiene gota, Pepa?

Palabra del Dia

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