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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Los dos barcos estaban á cincuenta metros el uno del otro y entre ellos los nadadores, tan próximos á ser presos por sus verdugos como recogidos por sus salvadores. ¡Alto! rugió de nuevo el vigilante, ú os echo á pique. ¡Pasad por encima! exclamó Marenval, que se inclinó en la proa, como para dar más autoridad á su orden. ¡Gahead! gritó el timonel.
¿Qué me puede hacer don Ciriaco? le dije yo, riendo. A otros barbilindos más listos que tú les he visto yo andar de cabeza y hacer una porción de tonterías por una mujer. Conque, ¡ojo a la brújula, pilotín, y cuidado con la rueda del timón! La ataremos, si le parece a usted, don Ciriaco. No, no; el buen timonel no tiene necesidad de eso.
En el techo de esta sección, la cámara del capitán, con vista a todas direcciones, y arriba, allá en la cúspide, como un mangrullo de nuestra frontera, como un nido en la copa de un álamo, la casucha del timonel, donde el práctico, fijos los ojos en las aguas, para adivinar el fondo de sus arrugas, dirige el barco y tiene en sus manos la suerte de los que van dentro.
El timonel con la ayuda de mi criado, tradujo en tagalo mi deseo, dando su contestación por resultado, que vivía un cuarto de hora de remo de donde nos encontrábamos, y que con mucho gusto nos ofrecía su casa y cuanto tenía, á cuyo ofrecimiento dí orden para que se largara un cabo á la balsa. Con la ayuda del remolque y apretando bogas, atracamos al poco rato al pié de la morada del indio.
Pero también es preciso que el timonel vele a la barra ¡Virgen santa! ¡y que vele bien si no quiere ver al navío desaparecer entre un torbellino! Después, el sol brilla, el cielo queda limpio, de un azul magnífico, con lindos matices de un rosa vivo, que producen el más encantador efecto.
Palabra del Dia
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