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Una lluvia de infamantes latigazos cayó sobre sus espaldas. D. Fruela le había sorprendido, le castigaba y le afrentaba furioso. La jauría de sus podencos y lebreles y sus monteros se acercaban ya. Afrentado el mozo, aunque en edad tan tierna, no reflexionó en el peligro ni en lo desigual de la lucha, y venablo en mano se lanzó contra D. Fruela para matarle.

Allí estaba solo, tranquilo, hacía todo él mismo; siempre por las calles y caminos, bajo el sol y la lluvia, el viento y la nieve. Su cuerpo se había endurecido al cansancio, pero su alma permanecía tierna y cariñosa. Vivía en su presbiterio, una gran casa de campo, separada de la iglesia sólo por el cementerio.

El sueño más halagüeño de su juventud había sido el de continuar con su esposo en la más tierna y ardiente unión de las almas, la especie de vida ideal en que su madre la había iniciado participando con ella de sus lecturas favoritas, sus pensamientos y reflexiones sobre todas las cosas, sus creencias, y finalmente, sus entusiasmos ante los grandes espectáculos de la naturaleza o las bellas obras del genio.

Estaba riéndose para , como ante una visión cómica y tierna al propio tiempo. Comenzó a hablar: No puedo pensar en mi padre sin reírme. Sin reírme amorosamente, entiéndame usted. Mi madre murió cuando yo cumplía apenas los tres años. No la recuerdo.

A una inteligencia tierna, se la ejercita luego con lo mas difícil que ofrece la ciencia, el reflexionar: lo que es tan desacertado como si se comenzase el desarrollo material del niño, por los ejercicios mas arduos de la gimnástica. El desarrollo científico del hombre se ha de fundar sobre el natural, y este no es reflejo sino directo. ¿Oye Vd. qué música? dice el niño. Cómo, qué música?

Pues sin el alma tierna y fina que de propia voluntad suya había supuesto, como natural esencia de un cuerpo de mujer, en su prima Lucía, ¿qué venía a ser Lucía? ¿Qué hombre, que lo sea, ama a una mujer más que por el espíritu puro que supone en ella, o por el que cree ver en sus acciones, y con el que le alivia y levanta el suyo de sus tropiezos y espantos en la vida?

Los únicos testigos de la tierna ceremonia fueron la baronesa, Tristán de Horla y una docena de arqueros y servidores del castillo.

Mucho se esforzaba en olvidarla, pero no podía disimularse que aún sentía una tierna inclinación hacia esa mujer, cuyo sabroso encanto y cuyo espíritu lleno de alegres ternuras habían por un momento hecho latir su corazón de cincuentenario.

Y recitaba la tierna poesía de Villegas hasta el último verso, con lágrimas en los ojos y agua en los labios. La mayoría del cabildo absolvía de esa falta de formalidad al Arcipreste a condición de que se le tuviera por chocho.

Desde entonces, sus conversaciones, sus admiraciones simpáticas, y aun sus discusiones sobre literatura o historia, añadieron mayor interés a su tierna intimidad.