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Si me dijesen otro día, si me dijesen que señalara una bonita aldea en donde un jugador retirado, a quien no le importase mucho el dinero, pudiera divertirse a menudo y alegremente, diría que Bar Sansón; pero para un joven con una numerosa familia que depende de su trabajo, no produce lo suficiente.

Véase la nota de la pág. 91, al final. Salviato en la Vida de S. Martin de Soure, y el árabe Al-Makkarí en su Historia tantas veces citada; ambos hacen memoria de una iglesia dedicada á la Vírgen María, que no nombran S. Eulogio, ni Alvaro, ni el abad Sanson. Son de esta opinion el P. Roa, el Dr. Gomez Bravo, y otros diligentes conservadores de las memorias sagradas de Córdoba.

Armóse Sansón como queda referido y Tomé Cecial acomodó sobre sus naturales narices las falsas y de máscara ya dichas, porque no fuese conocido de su compadre cuando se viesen; y así, siguieron el mismo viaje que llevaba don Quijote, y llegaron casi a hallarse en la aventura del carro de la Muerte.

En todo esto, no daba muestras de estar vivo el derribado caballero, y Sancho dijo a don Quijote: -Soy de parecer, señor mío, que, por o por no, vuesa merced hinque y meta la espada por la boca a este que parece el bachiller Sansón Carrasco; quizá matará en él a alguno de sus enemigos los encantadores. -No dices mal -dijo don Quijote-, porque de los enemigos, los menos.

Déjanse de poner aquí los llantos de Sancho, sobrina y ama de don Quijote, los nuevos epitafios de su sepultura, aunque Sansón Carrasco le puso éste: Yace aquí el Hidalgo fuerte que a tanto estremo llegó de valiente, que se advierte que la muerte no triunfó de su vida con su muerte.

Al cabo de no cuántos días, viniendo con la señora princesa Micomicona, conocí mi asno, y que venía sobre él en hábito de gitano aquel Ginés de Pasamonte, aquel embustero y grandísimo maleador que quitamos mi señor y yo de la cadena. -No está en eso el yerro -replicó Sansón-, sino en que, antes de haber parecido el jumento, dice el autor que iba a caballo Sancho en el mesmo rucio.

24 Y viéndolo el pueblo, loaron a su dios, diciendo: Nuestro dios entregó en nuestras manos a nuestro enemigo, y al destruidor de nuestra tierra, el cual había dado muerte a muchos de nosotros. 25 Y aconteció que, yéndose alegrando el corazón de ellos, dijeron: Llamad a Sansón, para que nos haga reir.

-Eso os cumple -respondió Sansón-, porque pensar que yo he de volver a la mía, hasta haber molido a palos a don Quijote, es pensar en lo escusado; y no me llevará ahora a buscarle el deseo de que cobre su juicio, sino el de la venganza; que el dolor grande de mis costillas no me deja hacer más piadosos discursos.

Volvió Sancho a su tarea con tanto denuedo, que ya había quitado las cortezas a muchos árboles: tal era la riguridad con que se azotaba; y, alzando una vez la voz, y dando un desaforado azote en una haya, dijo: ¡Aquí morirás, Sansón, y cuantos con él son!