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Actualizado: 12 de julio de 2025


Píntate en tu imaginación, hermano Mohamad, cuál se quedaría tu bellísima y tierna esposa al ver súbito delante de al jayán de ese descomunal Alafrit con su disforme estatura, casi doble que la de la novia, cuya descripción te he hecho; con sus ojos semejantes, cada cual al corral de Belet, si estuviese ardiendo con azufre; con los hornillos de sus narices iguales a dos caleras humeantes e hirvientes; con sus dos piernas de figura salomónica, cada una formada de dos enormes serpentones enroscados; con su barba tejida de breñales y raíces de antiquísimos árboles, y con otros primores de tal jaez.

Un olivo parecía un sapo enorme, encogido y en actitud de saltar, con un ramillete de hojas en la boca; otro, una boa informe de amontonados anillos, con un penacho de olivo en la cabeza; veíanse troncos abiertos como ojivas, al través de cuyos orificios lucía el cielo azul; serpientes monstruosas enrolladas en grupo como las espirales de una columna salomónica; gigantes negros, cabeza abajo, con las manos en el suelo, hundiendo los dedos de sus raíces y los pies en alto, de los que surgían varas llenas de hojas.

El asistente, obedeciendo las órdenes de su capitán, comenzó á descargar golpes en la sillería del coro, y después que hubo reunido una gran cantidad de leña que fué apilando al pie de las gradas del presbiterio, tomó la linterna y se dispuso á hacer un auto de fe con aquellos fragmentos tallados de riquísimas labores, entre los que se veían por aquí parte de una columnilla salomónica, por allá la imagen de un santo abad, el torso de una mujer, ó la disforme cabeza de un grifo asomado entre hojarasca.

Paco Vélez salió por el otro lado del escondite con las manos en los bolsillos, coloradas las orejas y mordiéndose los labios, y se detuvo a examinar, con aire de inteligente, una bellísima lámpara de cobre repujado que sobre una columna salomónica hacía pendant con el caballete. Lucy, que no conocía a la Valdivieso, preguntó muy bajito a su maestro Castropardo, si aquel otro señor era su marido.

Es inagotable el repertorio de anecdotas de que está llena la memoria de los pueblos con respecto a Quiroga; sus dichos, sus expedientes, tienen un sello de originalidad que le daban ciertos visos orientales, cierta tintura de sabiduría salomónica en el concepto de la plebe. ¿Qué diferencia hay, en efecto, entre aquel famoso expediente de mandar partir en dos el niño disputado, a fin de descubrir la verdadera madre, y este otro para encontrar un ladrón?

Palabra del Dia

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