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Actualizado: 10 de junio de 2025


En la primera parte se ven: casas de menguado y repelente aspecto, calles sucias, tortuosas y estrechas, callejones sin salida, plazas de arcadas sombrías y arquitectura pesada y empírica, torreones góticos y monumentales, numerosas iglesias medio arruinadas pero venerables por sus bellas fachadas cuajadas de trabajos artísticos; miéntras que el aspecto de las gentes y el movimiento mesurado de todos los objetos en las calles y plazas revela la tenacidad de los hábitos, el abandono y la fria austeridad de las costumbres.

Un hospital de sangre iba á establecerse en el castillo. Los médicos, vestidos de verde y armados lo mismo que los oficiales, imitaban su altivez cortante, su repelente tiesura. Salían de los furgones centenares de camas plegadizas, alineándose en las diversas piezas; los muebles que aún quedaban fueron arrojados en montón al pie de los árboles.

Más de una docena de veces, cuando la despreciaba insultándola, o luego la adulaba, para después amenazarla, y por fin aparentaba un afecto repelente, me sentí impelido por el deseo de abalanzarme sobre él y darle una buena y sana lección.

Y como el profesor era menos temible que el otro, descargó en él su indignación. ¡Pensar en batirse por unas nonadas, cuando millones de hombres daban su sangre por grandes ideales!... Y él, que había recordado tantas veces como acciones heroicas sus trabajos de padrino, hizo un gesto repelente, lo mismo que si le propusieran algo contra su honor.

La mendicidad tiene en España sus fronteras perfectamente demarcadas. Donde la libertad falta, aquella reina con toda su repélente deformidad. En las provincias vascongadas ó está proscrita por la líbertad y el bienestar, ó tiene una forma que la hace cambiar de carácter. Los pobres de solemnidad que suele haber, no mendigan, sino que son recogidos y amparados dignamente por la caridad común.

Evitaban el tocarle, como si fuese algo gelatinoso y repelente: un pulpo con las extremidades rotas; una mucosidad informe de la guerra.

Pero había oído decir que algunas mujeres cobraban al morir inolvidable belleza. Comprendió entonces la virtud santa del fuego, la destrucción sin igual de la hoguera, que no dejaba sino un negro amasijo, repelente.

Palabra del Dia

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