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Actualizado: 9 de julio de 2025
¡Tres mil reales! dijo el usurero poniendo la cara de duda reflexiva que para los casos de benevolencia tenía; cara que era ya en él como una fórmula dilatoria, de las que se usan en diplomacia. ¡Tres mil realetes!... Hija de mi alma, mire usted.»
A veinte y dos reales, ni un cuarto menos». «Pero déjela ver... ¡ay qué hombre! ¿Cree que me voy a comer la pieza?»... «A veinte y dos realetes». «¡Ande y que lo parta un rayo!». «Que te parta a ti, mal criada, respondona, tarasca...». Era muy fino con las señoras de alto copete. Su afabilidad tenía tonos como este: «¿La cúbica? Sí que la hay. ¿Ve usted la pieza allá arriba?
Sin aguardar a que Paquito se hiciera licenciado en dos o tres Derechos, habíale adjudicado un empleíllo en Hacienda con cinco mil realetes, lo que no es mal principio de carrera burocrática a los diez y seis años mal cumplidos.
Los señores contribuyentes le suplicaron que no se metiese en tales barahúndas, que se iba a calentar demasiado la cabeza, y nadie se lo había de agradecer; y, al fin, para acabar de convencerle, echaron entre todos una manga y le dieron ocho mil realetes, como ayuda de costas y consuelo en los trabajos de su peregrinación, con lo cual se fue bendito de Dios con la música o dígase con la estadística a otra parte.
Palabra del Dia
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