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También me dijeron que V. tenía una novia... una señora que vive ahí en el camino de Francia, y que la iba V. a ver todos los días... ¡Parece que vinieron a buscarme apropósito para darme esta puñalada! Pues no te han dicho más que la verdad. La niña le miró con ojos suplicantes.

Cuando se cerraran los portones de la casa, y Chisco no estuviera dentro de ella, y aquel infeliz señor lo supiera, y tuviéramos que enterarle de la verdad... ¡qué puñalada para él!

Tenía en la sien derecha una fuerte contusión, producida sin duda por el golpe dado al caer, y en el lado izquierdo del cuello una tremenda puñalada que le dividía por la mitad la arteria carótida. Un gran torrente de sangre, que de allí había brotado empapaba su ropa y humedecía la tierra.

Su carácter experimentó al mismo tiempo una exaltación extraña. Antes, cualquier censura la echaba a risa y no le impresionaba; ahora, la observación más delicada la conmovía fuertemente, le hacía derramar copiosas lágrimas. Su amor propio se había hecho tan nervioso, tan excitable, que el más ligero choque con él sentíalo como una profunda puñalada.

Está bien; ya les recordaré que estoy viva. Le Tas me ha dicho que le habías dado arsénico a la condesa. , señora; pero no ha hecho efecto. Si le dieses una puñalada, quizás haría efecto. ¡Oh! ¡señora! ¡una puñalada! eso ya es más grave. ¿Qué diferencia hay?

Y, para mayor seguridad, bajé yo misma a la ciudad y entregué la carta al postillón que justamente se preparaba a partir para Prusia. En el momento en que el sobre se escapó de mis manos, sentí como una puñalada en el corazón; se habría dicho que con esa carta entregaba mi alma a potencias desconocidas.

Calló un momento, herido por aquella frase cruel. Luego dijo con humildad, acercándose á ella: Sabes que soporto todo cuanto quieras... hasta una bofetada en medio de la calle... Te quiero tanto, ¡tanto! que si me mandases tirarme por la muralla, me tiraría... si se te antojase la cruz de la custodia, iría á robarla para ti... Pero hay cosas que hieren más que una bofetada, más que una puñalada en el corazón... Te ruego, por tu salud y por la de tu madre, que no me des más celos... Mira que me estás quitando la vida...

Lo que comenzó a guisa de vulgar conquista, iba transformándose en drama psicológico, sin puñalada, pistoletazo, ni catástrofe, pero muy serio: acaso con su catástrofe y todo, porque ¿quién era capaz de prever las complicaciones a que podría dar ocasión el odioso Martínez?