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Actualizado: 22 de junio de 2025


Escarmentada la plebe, no quiso fiar de nadie, mas que de misma, el triunfo de lo que llamaba su razón, y habiendo convocado el mayor número posible de gente al toque de campana, marchó á la carrera hacia la casa de Niebla, apoderóse de ella, armóse reciamente, sacó una bandera y piezas de artillería y fuese á dar libertad á los presos.

Pero estas son novelerias inventadas por el vulgo, no obstante que el sabio rei don Alfonso X las estampase en la crónica general de España entre otras consejas de la plebe que afean obra de estilo tan levantado i de tanto mérito.

D. Alonso de Aguilar dió muerte por su mano al herrero y tuvo que refugiarse con muchos conversos en el alcázar viejo, guareciéndose allí contra el furor de la plebe.

Terminada la procesión, el señor don Andrés tenía que echar el bodegón por la ventana y dar de cenar a los apóstoles, a los profetas, a los antiguos personajes bíblicos, a la plebe de Jerusalén, a los nazarenos y a la guarnición romana.

En el día no cabe esperar que salgan á relucir magnates, príncipes, ediles rumbosos, como los que hubo en lo antiguo, que se gastaban millones de sestercios, ya para divertir y entusiasmar á la plebe con espléndidos espectáculos, ya para erigir grandiosos monumentos y hermosear á su patria, como hicieron Heredes Atico y otros. ¡Buenos andan los ediles de ahora para descolgarse con semejantes bizarrías!

La disposicion hecha por don Alfonso X para dar el justo castigo á los judíos que crucificaban á los niños en memoria de la pasion i muerte de Jesucristo, está fundada en las patrañas que entonces corrian en las lenguas de la supersticiosa i novelera plebe.

Por dicha para Morsamor, casi en el mismo punto se oyó la señal que esperaba: era el sonido de las trompetas, avisando la sublevación de la ciudad, donde la plebe amotinada combatía ya e iba venciendo a los musulmanes. La señal inspiró a Morsamor ánimo y confianza, pero era indispensable vencer en la fortaleza para obtener el triunfo.

Se decía hija de un comandante y se agarraba el derecho de despreciar a sus compañeras nacidas del seno de la plebe. Era más instruída que ellas porque leía todos los folletines que le venían a las manos: cuidaba de no decir palabras feas: no solía emplear tampoco locuciones flamencas. Tenía alguna más edad que la Amparo y la Nati.

Seguido siempre y nunca alcanzado, pero tampoco en salvo, se precipitaba en la iglesia, subía por las paredes, bajaba por los empolvados altares, y la plebe subía y bajaba con él. Se metía al fin entre las hojas de los misales, como una cinta de marcar, y allí, en aquel doblez seguro, le seguían también las manos armadas de puñales. Las navajas brillaban entre las doradas letras.

Todavía es de maravillar cómo los individuos que a ella pertenecen no están más enclenques y decaídos, mereciendo el apodo de D. Pereciendo o de D. Líquido con que suele motejarlos la baja plebe. El gallardo tipo del torero debe estimularlos con emulación. Bien lo da a entender el poeta cuando dice en elogio del insigne Pedro Romero: Das a las tiernas damas mil cuidados, y envidia a sus amantes.

Palabra del Dia

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